Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

jueves, 31 de julio de 2008

El coleccionista de llaves



Cuando ella le había preguntado que de qué quería el cuento, él no supo qué contestar, levantó los hombros y con un movimiento de cabeza le devolvió la pregunta. La inventora de cuentos había insistido en que necesitaba un título para arrancar, y él contestó, que qué cuento sobre él escribiría si no estuviesen hablando, que qué se le hubiese ocurrido si al verlo montar su tenderete de llaves hubiese tenido una inspiración. La cuentista reflexionó unos segundos para decir: "Impenetrable. Así lo titularía yo". Pensó que se trataba de un juego y empezó a divertirle elucubrar. Miró hacia sus llaves y de nuevo a su cara inexpresiva, y continuó: "Era una gran puerta sin cerradura. Nadie podía abrir aquella enorme puerta cerrada hacia ya tantos, tantos años... ¿Entró allí de niño?, costaba creer que alguna vez lo fuera... Fue encerrado allí por maldad propia, o quizá del encerrador que se ocupó de que no pudiese salir por sí mismo..., qué más daba, el caso es que estaba encerrado... Y en ese encierro, fue capaz de liberar su mente... Había objetos dentro de aquél espacio cerrado... Otorgó a los objetos vida propia para sentirse acompañado... Se comunicaba con ellos... Se rebeló contra sí mismo y su situación, se autolesionó hasta ser liberado... Le fabricaron una cerradura y una llave que no encajó... Echaron la puerta abajo a base de golpes..." -En fin, podría hacerle un cuento a base de títulos que se me ocurren uno tras otro sin poder continuar, -dijo ella cogiendo su bloc para empezar a escribir. -Esa inaccesibilidad suya no motiva a inventar sino a investigar sobre usted. Así que de momento va a ser un cuento hecho de comienzos. ¿Le parece bien?"...
El coleccionista de llaves vivía en el barrio de la ciudad más alejado del centro, allí donde terminaban las casas y comenzaba la autopista, de hecho su vivienda, daba por delante a esa gran carretera y por detrás a las vías de un tren de cercanías y a los grandes recintos de fábricas modernas totalmente acristaladas. En aquél lugar se sentía feliz: Era barato, alejado de la gente, y con muchas vías de escape para unos ojos cansados de ver ya demasiadas cosas.
¿Desde cuando coleccionaba llaves?, pensó mientras llegaba a casa. Ya ni lo recordaba. Estaban ahí desde siempre. En los juguetes, en el colegio. ¡Anda que no robó llaves en el colegio!: De las clases, de las taquillas, del patio, de la sacristía, del gimnasio. Siempre al acecho. Siempre en horas de comedor. Siempre en solitario, y siempre a escondidas. ¿Desarrolló eso en él su personalidad futura?, o ¿su personalidad de entonces desarrolló esta afición que lo condujo a esta vida de ahora? No sabía. No sabía por qué algo tiraba de él todas las madrugadas y rastreaba rastros en busca de tesoros que seguramente habrían sido robados, y en esos puestos cochambrosos de su ciudad, o de la que estuviese cuando estaba de viaje, se perdía tranquilamente antes de empezar a hacer cualquier otra cosa. Los rastros. Merodear. Incluso pasear por las calles buscando objetos en el suelo. En los suelos de las calles había encontrado muchas de esas llaves que lo acompañaban a todas partes. Mirarse los pies, mirar hacia abajo, siempre daba sus frutos. Hasta dinero, pero por más dinero que en ocasiones hubiera podido encontrar, nada le producía más placer que descubrir una de aquellas llaves perdidas, cualquiera de esas llaves que eran ya un sinónimo de él mismo. Y en esta tarde calurosa en la que caminaba hacia su casa llevaba dos tesoros en el bolsillo: Una nueva llave de candado de maleta, o caja fuerte. Y un cuento que le había escrito una mengana nueva en el mercadillo en cuyo extraño tenderete decía vender sueños. Cuentos instantáneos a un euro.

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