
El coleccionista de llaves recorría países y mercadillos añadiendo nuevos ejemplares a su muestrario de vidas secretas y servidumbres emocionales. Amaba ese universo de objetos con alma que despojados de su función quedaban en una dimensión incomunicada. Ya no abrirían nada nunca, pero en él, amante de lo inservible, esas llaves de cerraduras perdidas latían con vida propia en su interior y llenaban su mundo de pasión y fantasía, dos engaños que lo mantenían entretenido mientras pasaba la vida. Solitarias y perdidas en un cajón desastre, unidas sin piedad por ese dueño caprichoso admirador de la inutilidad, se habían convertido en las llaves de las etapas de su vida, esas que no abrirían las puertas que se habían ido cerrando con el tiempo por siempre jamás, esos espectros de felicidad perdida y felicidad aún por llegar.
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