Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

domingo, 1 de julio de 2012

La canción universal



Los presos se habían rebelado. No fue premeditado, solo ante la injusticia de lo sucedido se lanzaron. Empezó uno como siempre, después todos participaron. Comenzó cantando bajito y fue alzando la voz hasta que los demás, todos, cantaron con él. Cuando quisieron reducirlos los operarios se dieron cuenta que sus cánticos habían invadido el exterior y la gente se agolpaba en las puertas de la prisión entonando lo mismo. Mandaron refuerzos policiales pero nadie pudo parar aquello. La gente iba creciendo, como El flautista de Hamelín, aquellos cánticos, una vez entraban en el pabellón auditivo de la gente, ésta hipnotizada se dirigía hacia la puerta. Llegó un momento que hasta los policías y operarios se contagiaron. Nadie podía dejar de cantar, ni siquiera podían pedir ayuda. Las voces se expandieron y el fin del mundo llegó disfrazado de canción maldita. La canción, la canción universal.


lunes, 28 de mayo de 2012

Deriva de un desocupado


Siéntese aquí, póngase los auriculares y déjese fluir. El hombre obedece.Tiene un peso en el alma que no puede sacar hacia fuera. Monedero, estampa, petardo, noche, sueño, sanación, sácame de aquí, estropeado, ausente, molesto, periferia, perfidia, atrofio, calla, cállate, disimula, tropieza, calla, la canción de siempre, ya no quiere escucharla. Ahora necesita ritmo del corazón, pam, pam, pam, latidos con ritmo, arrítmicos, flotantes, paranoias, flatulencias en el pensamiento, en los pies, no puede pensar, piensa; sácalo, sácalo, tíralo, reconforta, calor, meridiano, meridiano cero, escafandra, mierda, mentira, suero, latigazo. Cayó en la cuenta de sus palabras sin sentido pero con todo el sentido del mundo. Se levantó cogió la escoba y bailó con ella, algo le saltaba por dentro, se veía bailando y bailaba de verdad, por una vez estaba coordinado, cabeza, cuerpo. Sí, lo que haría después estaba cantado. Ducharse, cantar, gritar bajo el agua sin motivo solo por soltar energía, por desfogar. Después saldría a la calle a respirar. Inspirar y espirar una y otra vez, entrando aire veraniego con olor a mar, a jazmín, a vacaciones; pero no son vacaciones y el trabajo espera. Que espere. Sabe que llega tarde pero no le importa. Para lo que pagan. ¿Tiene todo lo que necesita?, no, tiene sin embargo mucho. Llora. Se da cuenta que llora y se ríe de ver que llora. En los auriculares entre la música una voz y él se gira asustado y no hay nadie y vuelve a reír esta vez de absurdo. Y en la absurdez felicidad. Felicidad porque sí, por la rosaleda que acaba de traspasar y por los contenedores de basura que al lado empobrecen el olor, desorientan a un ciego y a un animal. Marchando, uno, dos, vamos, ya no queda nada, tus pasos se dirigen hacia donde quieren. Vamos ya estás cerca. Un hombre lo mira al cruzarse en el camino. Unos ojos de presente y de realidad. Quieren decir algo pero cuando quiere adivinar otra nueva mirada se le cruza y más tarde otra y ahora mira al suelo para no verse invadido por otras mentes que le transmiten pensamientos, imágenes, problemas, certezas, acertijos. Y sigue sin que sus piernas puedan parar de andar, y pasa de largo delante de su oficina, y sigue sin saber qué pasa, y no entiende esa alegría que lo recorre, que lo fortalece, y entonces recuerda que ya no tiene que trabajar, que lo despidieron ayer, que tiene un gran problema y que sin embargo, está contento, también un poco triste, pero no puede dejar de caminar. Piensa en lo que pensaría una mirada que se cruzara con la suya. ¿Cómo era su propia mirada en otro? El otro pensaría: nada me pareció apreciar en la mirada de ese hombre y sin embargo, bla, bla, bla... Stop. Levántese. Espere los resultados en la sala contigua. Que pase el siguiente.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El cuerpo se le hizo pájaro



Inspiración. Los desvaríos comenzaban a llenarle la cabeza, veía varias escenas a la vez.: la despedida, el primer mail; nadie se despidió. Otra vez volvía hacia atrás. Nadie susurró al oído. La primera soledad la sintió en el frío contacto de la noche en su coche sin copiloto, encendió la radio y conectó el programa, ese que escuchaban juntos. Espiración. Ahora corría por la carretera con el acelerador pegado al pie, las rayas de la calzada se sucedían tan deprisa que creyó estar en un juego de ordenador dirigida por otro. Quizá por él, con su control remoto desde su remoto lugar. Inspiración. Nadie susurró al oído mañana será tarde, o no. Espiración. O no, no podía sentirlo ahora recordando con ella. ¿Dónde estás amor? El cartero no llamó a la puerta 33. Ya no hay carteros, pero si los hubiese no habría llamado a la puerta 33. Vaya edad de mierda. A la puerta 33 llamaron los sollozos y susurros, por la rendija de la puerta se colaba la soledad y un haz de luz para recordarle que él ya no estaba. Nadie llamó a su puerta, los pájaros habían enmudecido en el bosque de la distancia, ni un trino de señal, nada; en el silencio solo la respiración. Inspiración. Ya llegas de nuevo, ¿dónde habías ido amor? Un tren. Ahora veía un tren, las ventanillas herméticas, el arriba, ella debajo en el andén moviendo los labios mudos para él que no escuchaba ya ningún trino. Sus pájaros habían enmudecido, a ninguno se les ocurrió el móvil, saca el móvil, pensó, y se lo enseñó desde el andén, él lo enseñó desde la ventanilla, lo pegó al cristal. Movía la cabeza negativamente. No había cobertura. Espiración. Pasaron cinco minutos, oscuridad. ¿Se había quedado sin recuerdos? Y cinco más, nada. Él debía haber desconectado su mente. ¿Dónde estás? La telepatía no es fácil amor. Inspiración. Esperó a las preguntas, pero no llegaban, las imágenes tampoco, ni los sonidos. Contuvo la respiración, quizá era eso, en la no entrada de aire, en la nada estaría la respuesta. Desalojó las incógnitas, esto funcionaba hace cinco minutos, ya no. Un minuto más sin respirar, una eternidad. Espiró otra vez y necesitó coger aire enseguida. Impulsó los pulmones sin intervención del cuerpo, fue un movimiento reflejo y se vio reflejada en el espejo, turbia, desvaída, perdiendo imagen. No te vayas, te vas, lo siento, lo veo, y si tú te vas, yo ni me imagino. No buscó consuelo. Apoyó la frente en la frescura del cristal para sentirse, lo besó, se besó a sí misma y a él. No llamó a la puerta 33 ni a ninguna otra puerta, ahora andaban todas abiertas batiendo con el aire salvaje que bajaba de las montañas levantando remolinos, y alocándole el pelo que se le pegó a la cara con lágrimas de aceite y nube que iban resbalando sin fuerza como una lluvia de ducha caída del cielo. Del techo se abrió un boquete por el que se sintió aspirada hacia fuera, afinó el oído y ahora la noche le daba vueltas hacia arriba y escuchó el rugido del viento abriendo las compuertas de su corazón vacío. El principio del mundo y el fin, todo la envolvía. Supo que había llegado la despedida de verdad, sin tren ni andenes, sin móviles ni carreteras de franjas blancas galopando en sus pupilas, y se vio caer en el gran precipicio del olvido que sabía crecía en el fondo. Onomatopeyas de estertores de todo lo vivo, todo estaba disminuyendo, haciéndose pequeño y ella crecía más y más como Alicia; lujuriosas torcían sus garfios las raíces de los árboles nonatos encerrados en la tierra hendida, jolgorio de flores que iban abriéndose y creciendo con forme ella caía y caía al foso del olvido. La bacanal de frutos podridos y abiertos soltando sustancias pegajosas la esperaban al fondo pero se revolvió, se revolvió con todas sus fuerzas y se agarró a una de las raíces y trepó y trepó hasta llegar a la superficie. Volvió a encontrar los toneles, el olor a vino, su culo en la silla y sus miembros relajados, quiso respirar pero lo había olvidado. Ni inspiración ni espiración, su cuerpo de cera de vela estaba dispuesto a arder en el fuego. La puerta 33 se abrió y cerró tres veces y en la última se vio a sí misma llamando, llamando tras un cristal soltando palabras mudas que ni el viento podía llevarse. Se había desmayado.

viernes, 16 de marzo de 2012

Cierra la puerta y siéntate

Cierra la puerta y siéntate. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Hablemos. No. Por favor. Bueno, tú dirás. Se sentó enfrente. Una mesa de cristal fría, transparente, sus pies y los míos debajo. Él, unos mocasines como nuevos, lustrosos, negros, sonrientes bajo unos calcetines blancos, un trozo de pantorrilla peluda y el borde de un pantalón de lino. Los míos, unos pies desnudos sobre unas sandalias de tiritas. Las uñas sin pintar, las del dedo gordo como dos grúas levantadas, feas, duras. Cuatro pies enfrentados. Dos cabezas también pero arriba, como dos minaretes pidiendo oración, aunque en distintos idiomas. Él tocando campanas, repicando a réquiem por un muerto. Yo con la cantinela del turbante, de rodillas y con el culo mirando a la meca, con tantos agujeros por dentro y por fuera como el mantel de ganchillo de mi abuela donde sobre la mesa camilla depositaba su rosario tras murmurar los mil pasos de las mil bolitas. Él me miró. Yo lo miré, sabía yo que iba a ser sacrificada, él también. Había que dar ejemplo de rectitud y yo era menos recta que una carretera de montaña con los papeles sobre mi mesa acumulándose férreos a la espera de una solución que él no me daba. No podía tramitar aquello dando prioridades que él ordenaba con sonsonete de minarete, con esa retahíla de pon primero a éste y después a aquél. Yo quería ser justa, ¿existía esa justicia que yo imaginaba donde el primero es el primero y el último también? Prioridades. Prioridades decía él al acercarse a mi mesa. Ya está me dije yo. Ni el primero ni el último, ninguno. ¿Hay cosa más justa? Todo es ambivalente y mi trabajo también. Me dediqué a merodear por otras mesas con la máscara de traidor, pero no de traición sino de traer, de trasladar los papeles de aquí para allá con tal de no seguir su criterio. Ahora, después de mirarnos fijamente nos quedamos sin luz, se había hecho de noche, es lo que tiene esa línea entre las seis y las siete de la tarde en otoño. La habitación se ha quedado a oscuras, una oscuridad que parte el alma porque sé que va a despedirme, pero se va a hacer la luz en mí, pues aunque duela es lo mejor. Mi cuerpo reacciona, por fin está despertando. Despierto. Doy una patada sin querer y escucho el silencio de los demás despachos vacíos. Ahora la patada es intencionada, descruzo las piernas y digo perdón. Mis uñas grúa han ido directo a su espinilla. Él no dice nada. Silencio. El silencio lo dice todo.

lunes, 6 de febrero de 2012

Hay que cambiar los panales

Olvidémoslo todo, hagamos de nuestra capa un sayo, que corra el aire por debajo de telas espesas que recubren cuerpos livianos. Sujetémonos a las puertas que el abril está llegando, que el abril recorrerá con su viento los entresijos de las colmenas y las abejas reinas rellenarán de miel los panales. En los pantanos las aguas se pudrieron y el olor pestilente se extiende entre las flores de los cerezos, entre el azahar y los jazmines. Alfajores cocinaron las abuelas para endulzar el momento, los rellenaron con la miel de las reinas que aún andaban pegadas al panal. Allá arriba, vi a los hombres escafandra con sus viseras y cristalitos asomando amarillos los ojos suplicantes. Hay que cambiar los panales. Espeso está todo y hay que fluir, calor, el calor se adelanta, y el trabajo… verdad, dicen las mujerucas del pueblo, ¿verdad que hacía años la meta estaba en otras partes? Filete de una endiablada carne de vaca loca trajeron ayer los hombres, después de la tala, y la esquila, y las caponadas. Ya anduvieron segándole los huevos a los corderos. Estambul refulgía entre azules y tés de manzana, licores secos. Grotesco fue el organillo que tocaba aquél viejo frente a la iglesia. No era un laúd de aguja entre cuerdas sino teclas de mármol lo que tocaban aquellas manos. Después la abeja se posó con su aguijón en el extremo de aquél laúd, se mezclaron los instrumentos, avellana era el color de todos ellos, madera de fruto seco secada al sol. Los maizales despellejados. Abedul de dulces hojas arrastraba su calva contra el suelo y el viento amarillo con su calor encogido iba dando cabezazos hasta llegar al río y en el río los hombres y entre los hombres el músico y ante la iglesia que antes fue mezquita, Estambul resplandece de azules. El Bósforo gira en una esquina tumbando un barco, un cántaro, una fuente de pescados y el sombrero de un sufí flotando alegre camino del palacio con la miopía de los sombreros que, sin cabeza, no saben a dónde miran, sólo van hacia donde los lleva la corriente. Deshagámonos de todo, basta con los corderos que cabecean sobre la mesa y las tostadas de abeja reina rechinando entre los dientes.

domingo, 5 de febrero de 2012

Anoche soñó Margarita con su abuela



Se acostó a las seis y soñó deprisa, tenía prisa por eternizar la noche y levantarse. Se levantó a las seis pero de la tarde. ¿Cómo era posible?, doce horas durmiendo. Encendió una luz, volvía a ser de noche, la luz avanzaba hacia la puerta y reflejaba en los muebles del exterior. Una sola luz para ambientar un día perdido. Intentó recordar lo vivido en el sueño, también era vida eso. Dislocada, Margarita corría hacia el autobús que la llevaría al pueblo. Tanto tiempo sin aparecer por allí. Miró fijamente a través del cristal y todo lo que vio fueron ancianos. Intentó, la mirada quieta, intentó sobre sacar entre los pliegues de piel aquellos rostros de pasado, tersos. Los ojos antiguos de ahora destellaban algún reflejo de antaño escondido en las pupilas. Esos espejos azules que de su padre recordaba. Cuando los miraba, todos los campos florecían, todas las semillas germinaban. No te detengas, se dijo. Bajó del autobús y perdió el equilibrio, las aspas de los molinos ahora eran eólicas y cortaban de cuajo a las aves curiosas, el movimiento despierta se dijo Margarita, y sin fijar más la mirada caminó con una ristra de niños nuevos detrás. Eran los supervivientes de ese desastre. Un pueblo abandonado. Dónde está la palabra, la palabra mágica que deshaga el encanto y devuelva la vida a estos campos. Se quitó la escafandra de la ciudad y a cuerpo descubierto pudo ver mejor. No estaba muerto el pueblo. Era ella, la muerte, quien había ido a visitarlos. Llevaba harapos de largas telas superpuestos y zapatillas de diseño. Nadie entendió su look, pensaron que le había ido mal y por eso volvía con ellos. Resolvió el acertijo. Entró en la casa de la abuela, su abuela y la abuela de todos. La miró detenidamente, sus pasos no eran cortos ni los movimientos lentos. Estaba contenta de verla. Sonreía con los pocos dientes que conservaba. Tras las mellas el tiempo detenido, la mecedora, los vaivenes en canturreos junto a la ventana esperando al abuelo que nunca llegaba. Bromeaba, estará perdido por ahí, y las dos sabían que sí lo estaba. La abuela era mujer de las de antes, de las de siempre y de las de ahora. Tras su chal sobre los hombros respiraban perchas de antaño que la sujetaban a la tierra, esa tierra que ella explicaba con terrones de azúcar que echaba en la malta, el café es malo, decía, hace decir mentiras a las niñas. La abuela soltó las mariposas que tenía atrapadas en un tarro. Cerraba las ventanas, las puertas, encendía las luces y soltaba las mariposas que enloquecidas revoloteaban alrededor de las lámparas con ruido opaco. Anoche soñó Margarita con su abuela y se fue al pueblo por eso tardó tanto en despertar, no quería despedirse de ella.

sábado, 4 de febrero de 2012

El reto de la costurera



Incesantemente cosía y cosía aquél traje que la traía loca, era de piedras preciosas por arriba y gasas a caballo entre la cintura y los tobillos, sin riendas enhebraba y desenhebraba, hacía nudos, volvía del revés la tela, se la ponía encima. Indómito el tejido quedaba tieso sobre sus rodillas como una coraza más que un traje, pero daba igual, le habían dicho que no sabía coser, que lo encargase en la tienda y no le dio la gana. Avellanas de piedras preciosas, eso es lo que había hecho, qué pasa, son piedras vulnerables del bosque y no de la mina, con esas cortezas unidas por el hilo hasta tendría sonido, un traje con sonido, y por qué no, no hay gente que escucha colores y ve sonidos, pues ya está. Belicoso se retorcía el tejido creyendo ser una escafandra o un chaleco antibalas y por qué, pues porque los trajes de noche no se hicieron para las avellanas. Tranquilos que aún hay más, la seda de abajo será de papeles de fumar, semitransparentes, después los colorearé con sprays de colores, será el traje más bello y lo envidiarán, así se les caigan los dientes a los que no creyeron en mis manos. Volvió a voltear la tela y ya iba tomando forma. Tejados a base de cáscaras, tejados, aullidos. Sería un traje vivo, animal, con antenas que escucharán lo que la gente dijera de él. Jirones de seda de papel de fumar volarán entre las piernas de la afortunada a la que dé en el blanco. La lotería de los trajes. No sé lo que harán los demás pero el mío, os aseguro, no pasará desapercibido.

viernes, 3 de febrero de 2012

Aquellos carteros ya no existen...



Esos carteros ya no existen, desaparecieron en las lomas de pueblos lejanos. Se fueron yendo como los animales, y después nunca volvieron aquellos tiempos de las reuniones bajo la morriña del fuego. Las casas, la iglesia, Neruda, todo fue desapareciendo bajo las aguas: poemas, nudos de vidas bajo una presa, bajo la avalancha de la fuerza, oídos sordos ante las súplicas por mantener aquél recinto de vida: los bares, las montañas, cena de Navidad que habría que celebrar en otra parte, en ese pueblo gemelo de casas iguales prefabricadas donde la gente se pierde. No volvió a escribir nadie, para qué, los carteros habían desaparecido y con ellos las palabras traídas y llevadas habían perdido sentido. Buzones vacíos y gente que ya no salía a la puerta. Las palabras desaparecieron escritas y tan solo quedaron los sonidos que fueron convirtiéndose en bandejas de plata donde una palabra al caer resonaba en kilómetros, solo una palabra y el repiqueteo sin rima pasaba de una casa a otra, de un cordel a otro donde la ropa la impulsaba hasta llegar a las montañas donde los pastores, a través de rendijas oscuras entre los peñascos las repetían, cerraduras se sellaban para que de allí no salieran y quedaran resguardadas: una canción de amor para las nuevas generaciones que investigando, como lo hacen todas, encontrarían. No toques a esa puerta, dirían los mayores, pero ellos en su rebeldía las encontrarían. Un verso aquí, un poema allá y ya no podrían abandonar el lugar. Las montañas se harían de palabras hasta conformar casas y el dulce cartero de antaño aparecería a lo lejos con sus cartas llenas de más palabras como barajas en la mano y las lanzaría al aire y el cielo se llenaría de ellas. No necesito versos dirían algunos, pero ellos, las nuevas generaciones los atesorarían allá arriba hasta formar los besos de las palabras impresas en el paisaje. Besos de ahoras y de luegos y de siempres y de nuncas y de estoy y de te vas, besos para construir besos a los de no toques a mi puerta, abajo las puertas entonces. Que salga la palabra de cada uno y se beba el viento y se seque la presa y devuelva el pueblo. Qué lejos esos días en que los carteros se fueron, ellos fueron los primeros. Qué triste, cuanta tristeza la ausencia de lo escrito, los sonidos no eran suficientes para ver las cosas, sin cartas la vida era más pequeña, sin cartas se secó el pueblo, sin cartas quedaron enterradas las ilusiones, los sueños, los quehaceres, todo perdió valor y brillo, el sol dejó de salir y las brumas se apoderaron de ese pueblo que hoy duerme bajo las aguas.

martes, 17 de enero de 2012

Sueños interdentales apretados de urgencia



Pasó la noche entera sin dormir. Los pensamientos se repetían, apretujaban, empujaban y se salían para volver a entrar. El cuerpo daba vueltas, las costillas se constreñían apretadas. Colocó su puño en el pecho, sin sentir, apretando hasta el fondo y comenzó a bajar. El puño descendía apretando, aliviando y casi corría por llegar a las entrañas. Otra vuelta sobre la almohada, estiramiento, sentir el cuerpo y, almohadas mojadas del universo. Cuántas almas estarían así, dando vueltas. Camisas de almidón sobre las sillas al lado de la cama, como con cuerpos sostenidos pero sin cuerpo, tiesas en ese vacío del cuerpo alejado solo unos pasos. Sueño al final las estrellas del sueño atrapando el envoltorio, irse más allá a recorrer otros parajes, soltar el alma y dejarse llevar por ese estremecimiento. Un precipicio, cometas, globos aerostáticos con el corazón encendido, marionetas bailando sueltas, colgadas de un techo de siluetas, sombras de la noche acogiendo, dolor de huesos, herramientas del cuerpo guardadas en una caja metálica, amistad que atrapa en un edredón mullido y oliendo a limpio. Darse la vuelta en el frescor de la sábana no tocada todavía. Pastillas de colores colocadas en fila. La azul para la belleza y la verde para funcionar, la amarilla para el teatro, para no sentir. En la actuación no siente lo que ocurre. Usurpar, usurpar cuerpos y estados de otros tiempos. Relaciones inexistentes hechas de te lo digo todo sin decir. Con un traje, con un gesto, con un aspaviento de Señorita de Trevélez. Hasta donde sé repito los trajes sin adivinar todos lo que aguardan en otros armarios. Travesuras de adulto con ganas de niñez, dejadez de los dientes, chirriar, rechinar, boca abierta y azucarada en salivas espesas que derraman manchas de almohada caliente. Llagas en la lengua de apretar, de empujar palabras que no salieron durante el día. Palabras interdentales apretadas de urgencia. Confío en la noche, me dejo llevar. La ventana de enfrente deja una rendija a un haz de luna llena donde antes hice un baño de noche y plenitud. Cerré el libro entreabierto a una historia que no era la mía pero me atrapaba hasta que los párpados me engañaron y me dije, amo tus noches sin sueño y me dormí, y después comprobé que andaba despierto y durmiendo a la vez bajo las figuras de los objetos oscuros de mi habitación. Tus cejas quemadas por el viento de poniente se posaron sobre las mías llenas de hielo. Pequeñas gotas se desprendieron en algún remoto incendio de bosque escondido entre una selva sin descubrir, desbrozando maleza enredada con el machete imaginario de tu cicatriz, esa que ha hecho costra, muro, e impide saltar al vacío. Tu cicatriz se ha expandido, se ha apoderado de mi piel lisa y ha anidado. Los nidos se calientan con las briznas de hierba que colocan las ideas siniestras de noches oscuras, donde la luna, se esconde asustada. Alamedas de laberintos principescos donde siempre hay perdida una princesa. Las princesas de cuento que siempre aparecen perdidas donde menos lo esperas, en un recoveco de realidad, de existencia mundana. Me aventuro a perseguirte por las guirnaldas y las enredaderas hasta poder llegar a un balcón, un balcón en tu cuerpo caliente, dónde se haya ese calor, en el ombligo, en la cavidad de las costillas, en el interior de los ojos. Me aventuro a descubrir ese castillo entre la niebla perdida en la montaña más grande, esa entre nubes y cielo. El sentirte cerca me abrirá todos los fosos, caminaré sobre las aguas como los poseídos. A sentirme cerca me llevará este jinete enloquecido que no necesita de mi vara para cabalgar cada vez más deprisa. Ese tesoro que esconde tu calor no puede quedar perdido. Todo el castillo resplandece ahora. Amaneció y yo en mi cama, cabalgada de tanto dar vueltas en la búsqueda, encontró el calor de mis propios huesos entumecidos por la humedad de todas las almohadas manchadas de salivas densas. La decisión estaba tomada. Me iría contigo aunque el mundo se redujese a un pequeño castillo en la montaña, a un laberinto de guirnaldas y enredaderas, me iría contigo. Las voces del pasado quedarán mudas ante este jinete loco que acaba de asaltar tu ventana, tu balcón de princesa condenada. Enterradas quedarán todas las dudas que aquejaron mi cabalgar nocturno. La luna con su pequeño haz de dedos puntiagudos como niñas muertas que llaman a sus madres desde las tumbas, así me ha acariciado ella, sutil, con sus dedos finos y azules de transparencias venosas, así me llega tu calor aunque estés lejos. Sí, me iré contigo y no volverán las noches de insomnio ni las lunas llenas, ni los envoltorios de sábanas frescas. Acabadas las exequias de mis miedos, corro ya hacia tu lado.

lunes, 16 de enero de 2012

2012. FIN.



Nadie avisó de lo que iba a ocurrir pero todos estaban alertas, un sexto sentido, un fluir diferente en las cosas los hizo estar atentos. Nadie llegó a tiempo, el cambio se había precipitado sobre ellos apenas con un pálpito. Aquella mañana sobre lo previsto nadie salió de la ciudad. En las ventanas de los edificios solo había una pesada niebla que se arrastraba. Era marzo y las nieves heladas andaban derritiéndose y haciendo de las suyas. Todo era blanco y marrón. No quería escuchar más el sonido de aquellas pequeñas cascadas que el agua formaba en las rejillas del suelo, esos desagües comunes por los que se escapaba la música de la ciudad. Los ronroneos de motores de coches y camiones, las sirenas de bomberos y ambulancias, el tic-tac de los semáforos para ciegos y las palabras de la gente que se iban en un vaho constante. Aquella mañana parecía que todos los vahos del universo se habían unificado para tapar las ventanas a lo que se aproximaba. Nadie salió de sus casas. Sin árboles ni nada a la vista, encerrados entre opacidades de cristal hueco escucharon sin ver. Enroscados en sus camas esperaron lo peor, pero nada llegaba. Torcidos eran los sentidos, sabían que no saldrían de allí, pero tampoco pasaba nada. Un gran estruendo, una explosión gigante y silencio, el ruido del silencio que lo acaparaba todo. Ni los niños lloraban bajo el peso del miedo, ni los perros ladraban ante el desconcierto, ni los pájaros bajo el peso de la atmósfera soltaron un solo trino. Aturdidos movían las plumas muy deprisa pero comprobaron que la nieve, desmembrados tenía a cuantos seres vivos habían quedado debajo. Los árboles enterrados apenas asomaban ni una hoja, ni una pequeña rama. El alud. Si se atrevieran el sol y la luna a juntarse de repente quizá se derretiría todo. Deprisa, deprisa, corred. A tocar esa tecla que solo vosotros podéis tocar. El órgano de la iglesia del barrio sonó. La única melodía estridente y loca que sonaba cerca, el jorobado de Notre Dame o cualquier fantasma del pasado se había puesto a tocar enfebrecido la melodía que detiene el aire y congela la maquinaria de esta divinidad, de esta señora de las señoras. La nieve. Esa dictadora blanca de blandas ropas y duro corazón. Aquella ciudad desapareció en la nada. En los noticiarios decían que todavía en secreto, la gente seguía viva, escondida, a la espera de un rescate que ya no llegaría. Ni la luna bajo la máscara blanquecina de las nubes, ni el sol en todo su esplendor se dignaron a unirse. El pánico cundió. Nadie encendió una vela. Las catástrofes iban sucediéndose de ciudad en ciudad como un castillo de dominó, nadie dijo adiós. Cada uno preocupado en lo suyo huía de lo que sabían ya no había remedio. Las premoniciones de la historia se habían cumplido y uno por uno desaparecerían entre aguas turbulentas, avalancha de nieves, corrimientos de tierras, terremotos, maremotos y tsunamis. El fin del mundo había llegado de verdad, a pesar que hasta el último de los hombres y en el último momento pensaba que se salvaría.

Nadie miró los escaparates antes de la catástrofe, en algunos establecimientos de electrodomésticos las miles de televisiones repetidas ofrecían el mismo rostro de la barbarie. Nadie quiso pensar que su próxima ciudad era la suya. Los ancianos lloraban ante el no futuro de su descendencia. Nadie aporreó las puertas de los demás, la cobardía general impedía que se avisasen unos a otros, también el desamparo, sabían que ya no había remedio, que todo había terminado, lo habían visto en las noticias de los demás lugares.

Un grupo de hombres que de forma solitaria habían escapado se fueron juntando en un punto a lo alto de una montaña que había quedado indemne. Ahora se debatían en cómo empezar todo. No quedaba ni rastro de lo que habían conocido y les faltaban las fuerzas para pensar. Ya está dijo uno. Lo primero será buscar provisiones para comer, sin comida moriremos. El de al lado se decantó por el agua. El otro por buscar un refugio para la noche, el otro por tumbarse a dormir y dejarse morir, no quería saber nada. Amaneció y todavía estaban allí sentados. Se miraron asustados, qué harían con tanta tierra para ellos.

viernes, 6 de enero de 2012

Pequeñas y grandes mujeres o viceversa

1898. Nadie se perdió. Todos supieron que fui yo. Ese es mi número de empleada. 1898. Ese año se inventó el cine y fue la guerra de Cuba, y mi bisabuelo conoció a mi bisabuela y ahora yo tengo ese número que me identifica. Todos saben que fui yo. Por los laberintos de la red hice correr un rumor, no pensé que me descubrirían porque no pensé nada. La máquina, yo, y de su subconsciente Freud hacía de las suyas y mandaba olas de odio hacia los que lo dominaban todo. Ya no sonaba Schubert, no estábamos con los nazis, ni yo era la muerte, ni la doncella. Hitler había nacido aquél año, sí, tan sólo era un bebé gordo y chillón pendiente de la teta de su madre. No le había nacido el bigote ni las malas entrañas todavía. Era un niño que más tarde querría ser pintor, como muchos, lo que no sabía el mundo ni él, es que pintaría con sangre de muchos, muchos años después. Los presagios en mi mensaje, en mi mal bulo indentificaban a los de arriba con ese niño pintor que tantos psicólogos estudiarían después. Cómo se me pudo ocurrir aquello y cómo no pensé que me pillarían por esa fatídica fecha y ese fatídico número idéntico. Un filósofo dijo sobre esas fechas que la verdad había muerto sepultada en las muertes venideras. Agasajó las torturas como su Dios, según él, sobraba mucha gente. Los de arriba son así, les sobre mucha gente. Las mujeres a sus lados parecían tomar cuerpo pero no eran más que meras marionetas bailando a su alrededor. Esas mujeres que nada tenían que ver conmigo y los que nos rodeaban ahora. Sin voz ni voto. Sin nada más que el poder a través de sus horribles maridos. Por eso lo hice, quise bajarlas de su pedestal, que se diesen cuenta que sus vidas eran como esas imágenes trucadas de Fotoshop proyectadas sobre una pantalla intercambiable. Imágenes proyectadas sobre edificios y museos como si fuese arte, un arte que ellas no entendían pero aplaudían en público como un bello reflejo de su disimulada incultura. Para ellas creé yo estas imágenes que ahora me costarán un expediente, una suspensión de empleo y sueldo. Bueno, y qué, ya no tiene remedio; asumiré la culpa y lloraré en la cola del paro pero ellas no olvidarán jamás aquello que vieron en sus casas, en los televisores, en los telediarios de la noche cuando a punto de cenar, al cerrar los ojos y pensar que podrían haber hecho otras… Sin cuerpo, a esas horas iban a dormir después sin cuerpo, sin sangre, transparentes por fuera y negras y carcomidas por dentro y se preguntarían una vez más si valió la pena. A mí, verdaderamente me la valió.