Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

miércoles, 23 de julio de 2008

Por los arrabales


La chica que no esperaba a nadie, en su afán por perderse sin rumbo buscando algún espacio donde llevar a cabo su propósito, insistía en visitar lugares siniestros del extrarradio de la ciudad. Quería atrapar con objetivo de fotógrafo, con minuciosidad de orfebre, y con una mente abierta a la casualidad y la sorpresa, un lugar que le dijese: aquí es.
Atardecía cuando apareció en una esquina la sombra de un sombrero. Atravesó con rapidez la calle. En su huida, la persiguieron ladridos de perro, tropezó con niños de ojos turbios, hombres de mirada adversa y odio amontonado, mujeres de manos agrietadas y semblante huraño, ancianos esquivos que se daban la vuelta y la observaban con curiosidad. Luego se perdió dos manzanas más abajo, y fuera del desconcierto, entre el gentío de una calle principal iluminada y repleta de terrazas, pensó que había encontrado lo que andaba buscando. Allí sería. Allí vendería sus cuentos. Cuentos instantáneos a un simple euro. Cuentos de sastre: a la medida. Cuentos callejeros. Ya lo veía. Dígame una frase y le construiré su propio cuento. Ábrase a su séptimo sentido. Salga por un momento de la realidad; como los parlanchines de antaño, vendería crecepelo y alargavidas hechos de palabras. En cada mercadillo, en cada feria, junto a una tómbola o al tren de la bruja. Así sería. Vendería ilusiones y sueños rebozados en barro, entre algodones rosas, palomitas de maíz o manzanas azucaradas, entre sombras de vidas ávidas de cuentos celestes. ¿Una desfachatez?, ¿un disparate?, bueno, se arriesgaría, ¿para qué si no haber puesto boca abajo toda su vida?, si no funcionaba, recogería el tenderete y pensaría en otra cosa.
Se sentó en una terraza de los bares que bordeaban la acera. Al lado, en otra mesa, un hombre se sorprendió al verla, ¿de qué la conocía?. Le llamó la atención el bloc de dibujo que llevaba en la mano y que depositó sobre la mesa mientras pedía un café. La observó. Sentía gran curiosidad por lo que podría dibujar aquella chica desgarbada y ausente. ¡Ah!, ¡claro!, ahora lo recordaba, la dibujó una vez en la barra del bar Futuro. Pero, ¿qué estaba haciendo?, ¡no dibujaba!, ¡usaba el bloc para escribir!, y además, a una velocidad que lo dejó doblemente pasmado. Se asomó por encima del hombro concentrado en la mano urgente, y alcanzó a leer: "Estoy segura. Lo he visto, Era él. Era aquél hombre de la barra del "Futuro". Aquél solitario azul entre el humo del tabaco, el que insistentemente me buscaba la mirada aquella noche, aquella noche en la que yo no podía mirar a nadie. Ese sombrero..., esa cara... No, no quiero encuentros, ni reencuentros. No sabría qué hacer con ese sombrero de hombre …".
El dibujante no cabía en su extrañeza, al hombre del sombrero también lo había dibujado él. ¡Ella estaba escribiendo sobre otro personaje que él había dibujado en el "Futuro"! ¡Esos personajes de papel habían cobrado vida propia!

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