
Entrar en sus ojos, pupilas que abrazan con sólo mirarlas, mezquitas que atrapan en un muecín de Damasco a El Cairo, de Marruecos a Bagdad. Volar en la alfombra mágica que ellos extienden y quedarse, quedar preso en tela de araña tejida con minaretes, bazares, harenes, jardines del Edén, genios y lámparas maravillosas. Y, sin embargo, querer despegar, bajar, volar del revés, volver, recuperar, y aunque grites, supliques y enloquezcas, saber que nada podrá ya salvarte.
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