Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

viernes, 27 de junio de 2008

Kafka en cada muerte


Detenido. Estacionado. Estancado. Punto inmóvil en el espacio. Sin cabeza. Brazos multiplicados en ramas erguidas apuntando al cielo. Cuerpo recto y macizo. Pies bajo tierra, ramificados y curvos convertidos en raíces. Intento recordar. Una noche. Ducharme. Descubrir en la nuca un bulto. Tocarlo muchas veces. Esperar. Por la mañana descubrir en el bulto un tubérculo. Asustarme. No decir nada. Otro día. Palpar. Otro abultamiento cerca del anterior. Palpar. Otra noche. Palpar. Otro hinchazón junto a los anteriores. Otro día. Palpar. Los nódulos se extienden a los brazos. Palpar. Otra noche. Palpar. Palpar. Palpar. Observar. Crecen los dedos de los pies. Mirar. Garras de animal. Mirar. Uñas que se endurecen. Mirar. Se retuercen asquerosamente. Mirar. Estupor. Incredulidad. Miedo. Mirar. Asistir a una pesadilla. Observar. En una semana persona, animal, vegetal. Metamorfosis.

Ocurre deprisa. Tarde de domingo. Algo sobrenatural. Tú. Simiescos pies hacia tu nuevo hogar. Tú. Tu casa. No puedo llamar. Puerta cerrada. Dormir sobre la tierra. Puerta cerrada. Despertar. Querer andar. Puerta cerrada. Pies bajo tierra. Silencio sepulcral. Yo, pieza inmóvil del ejército que rodea tu casa, tu guardián. Tú, la misma de siempre ahora detenida, estacionada, estancada. Desde mi nueva altura sólo puedo darte sombra, sembrar dibujos en tu pedestal.

Reencarnación. Sólo me queda eso. He muerto sin darme cuenta. Pero la mente lo puede todo. Hay quien mueve objetos con el pensamiento. - ¡Mira qué árbol creció a mis pies! - dirías si pudieras verme. -Ayer no estaba aquí. No, diría yo extrañado si pudiera hablarte, ayer no estaba aquí.

El pueblo se hace eco de lo sucedido. Vienen a verte incrédulos desde otras casas, desde otras vidas. Quiero hablarte, decirte que no sé qué ha pasado, pero no puedo pronunciar palabras, solo rezumar blanca y pegajosa resina que resbala por mi tronco a tu suelo. Otros esfuerzos intentan comunicar contigo, pero sólo consigo enderezar mis raíces que de puro grito reventarán tu caja. Reventarán tu casa para reunirme contigo.

J.E.

lunes, 23 de junio de 2008

Detener el viento


Era la primera vez que alquilaba una de las habitaciones de mi casa. Me sentía sólo e inseguro desde que mi novia me abandonó. Me acusó de no quererla lo suficiente y de no responder a sus necesidades sexuales. Su último estoque, preguntar si no me había planteado que, a lo mejor, lo mío eran los hombres y no me había dado cuenta me dejó confuso. La falta de carácter para tomar decisiones drásticas, la propensión a dejarme llevar por las circunstancias de la vida sin ofrecer resistencia, y una desafortunada inapetencia de sexo no me convertían en homosexual. Y aunque pensaba y casi estaba seguro de que no era así, la verdad, es que nunca me había planteado esta cuestión. A lo mejor hasta tenía razón ella y yo no lo sabía. Empecé a dudar, y a mirar con recelo a los hombres y mujeres con los que trataba a diario, y a preguntarme si me gustaría iniciar una relación con cualquiera de ellos. Esto influyó también a la hora de elegir a mi nuevo inquilino.

Al anuncio que puse se presentaron dos personas. Una mujer guapa y agradable con la que me atemoricé y no me sentí cómodo. Y un hombre de mirada esquiva y evidente timidez que me agradó nada más verlo y decidí alquilárselo a él. Parecía tan indefenso como yo y su forma de hablar captó mi atención de inmediato. Según él, practicaba la indiferencia para no verse sorprendido por los acontecimientos. Decía que era una actitud premeditada y aprendida que daba sus frutos, la mayoría de la gente se agotaba siempre antes de poder provocarle el menor daño. Me daba mucho que pensar todas esas cosas que decía y solía sacarme de ese universo de gente corriente y vulgar que era el mío donde yo no era nadie y los demás tampoco. El trabajo y mi casa. Mi casa y el trabajo. Los fines de semana, descanso. Después, otra vez igual. Siempre lo mismo. Se estableció entre nosotros una dependencia poco habitual. Él siempre estaba en casa, practicaba el arte de no hacer nada o de crear, que para el común de los mortales era lo mismo. De todas formas, yo sabía que no era lo que cotidianamente se pueda entender por una persona normal, no podía imaginar de donde sacaba el dinero para pagarme, ni siquiera le había preguntado a qué se dedicaba, pero no importaba, sólo sentía que necesitaba estar a su lado, cada vez por más tiempo. ¿Había comenzado mi homosexualidad?, no porque no lo deseaba sexualmente, pero en mí obraron demasiados cambios como para quedarme tranquilo. Primero comencé llegando tarde a trabajar, después dejé de rendir en el trabajo. Finalmente terminé por no presentarme y me despidieron. A partir de ahí entré en la espiral del inquilino. La gente me hablaba y no podía retener nada de lo que decían, sólo podía pensar en lo que me contaba él. Experimentar con las cosas que me enseñaba. Era un tipo tan raro y especial, era alguien sin ser nadie y yo tenía que aprender eso, quería ser así. Su mirada transparente y su aspecto de niño me enternecían sin saber por qué. Había en él ausencias, períodos en los que no estaba conmigo aunque estuviese a su lado, en los que le hablaba y su rostro quedaba impasible hasta que mucho más tarde respondía a aquello de lo que ni siquiera recordaba haberle preguntado.
Me pidió permiso para escribir en la pared de su habitación frases y normas que había decidido imponerse día a día. Era un poeta enfermo de su propia poesía. Su excentricidad me divertía y a veces me exasperaba pero me gustaba tanto estar con él, hasta llegué a pensar que me estaba enamorando y que la teoría de mi exnovia comenzaba a ser real.
Pegado a su ordenador y a las paredes en las que se definía, andaba obsesionado con la climatología, los cambios atmosféricos y la transmigración de las almas. Decía que él no existía, que era viento y que cuando se marchase no debía intentar retenerlo. Yo no lo entendía pero asentía con placer a todas sus extravagancias.

Un día de mucho viento me dijo: “hoy me siento extraño, lo huelo en el aire” y sin despedirse ni decir nada más se marchó. Desde entonces no he vuelto a saber de él. Lo único que hago ahora es leer y releer lo último que escribió antes de marcharse.

“Esta madrugada el viento amaneció herido, corrió desesperado hacia todas partes, en todas direcciones, enloqueció árboles, atravesó la ciudad y llegó hasta aquí. Sabía que me buscaría, siempre lo hace. Entró y salió con brusquedad dando alaridos de perturbado, bramando mi nombre entre silbidos diabólicos hasta que me ha encontrado.
Esté donde esté siempre me encuentra, pero esta vez no quería que lo hiciese. Lo he esperado escondido bajo las sábanas, con la almohada cubriéndome la cabeza para no escucharlo, sabía que en cuanto lo oyera, ocuparía mi alma como tantas otras veces”.

Vuelvo a estar sólo. Cada día en la pared de mí habitación escribo: “no puedo detener el viento”, y entonces me siento él, me siento alguien…
J.E.

jueves, 19 de junio de 2008

El tercer brazo


Así se llamaba aquel bar. El Tercer Brazo. Me atrajo su nombre porque tenía que ver conmigo, con algo escondido a lo que me había familiarizado a fuerza de años y costumbre. Un brazo secreto. Un brazo fantasma que operaba en una dimensión indetectable. Desde que yo pueda recordar lo había sentido así, pegado a mí como una protuberancia que saliera de mi pecho.
Aquella extraña sensación me había perseguido siempre y fue la desencadenante de una serie de viajes estrambótico extravagantes por los rincones más ignotos del país. Con tan sólo diez años había visitado tantos especialistas en medicina tradicional, holística, naturistas, iridólogos, parapsicólogos y chamanes como mi madre pudo reunir en todo el perímetro nacional, y no llegó al extranjero por falta de medios y de idioma. Me convertí en un pequeño freak pero entonces aún no lo sabía. Cuantos médicos consultamos coincidieron en lo mismo. Mi caso no era aislado pero sí poco habitual. No lograban explicarse un miembro falso en alguien tan pequeño y que pudiese presentar los mismos síntomas que padecían los adultos con miembros amputados. Es carne de psiquiatra, vaticinaron la mayoría, pero mi madre odiaba esa disciplina y se negó en rotundo a que visitara correctores o normalizadores urbanos como ella los llamaba. No, eso nunca. Así que nunca conseguimos un diagnóstico claro y yo continué creciendo con mis dos brazos de carne y hueso, y ese otro apéndice incierto tan real como los dos anteriores.
Encontrarme aquel bar fue una premonición más que una casualidad. Intuía que tenía que ser por algo y de hecho fue así. Yo también tenía aquello a lo que el nombre hacía referencia. La gente no lo veía ni yo tampoco, pero existía en cualquiera de mis actos. A veces, mientras los brazos visibles me humillaban y gesticulaban en un ademán de “lo siento”, el otro brazo, el que yo sentía desplegarse desde mi pecho levantaba el puño más rebelde. En cambio, en otras ocasiones, mis brazos pedían guerra, y era él, el fantasma, el que terminaba apaciguándome.

Desde que lo atravesé por primera vez, “El Tercer Brazo” se había convertido en el cuartel general de mis noches por la fauna que entre el atardecer y el crepúsculo se arremolinaba en él. Era como coger el mando de la televisión y pasar muy deprisa imágenes de cuantos canales se estuviesen emitiendo. Todos mezclados daban como resultado un Zapping surrealista del que no se podía salir, de hecho, era apodado así por algunos de los clientes y también con el sobrenombre de túnel por lo inesperado e imprevisible que podía resultar cada momento en aquél lugar y los distintos giros que daban las noches allí metido.
El procedimiento era el siguiente. Llegar, pedir en la barra y saludar a los incondicionales. Escanear personajes nuevos y dirigir a la vez la mirada hacia las mesas que según la hora podían estar desiertas. Después, sentarse en el caso de que esto fuera posible, y colocar estratégicamente una silla vacía al lado. Esperar. A partir de ahí el espectáculo estaba servido, los personajes irían sentándose unos tras otros a lo largo de la noche. Gente sin profesión conocida, opositores perpetuos, diseñadores, bailarines, actores, atrezzistas, funcionarios, técnicos de televisión, peluqueros, djs japoneses, y hasta un saltimbanqui chileno de los que visitan cualquier país menos el suyo. Pero las reinas de la noche, las auténticas protagonistas, eran dos hermanas que solían llegar casi a la vez y que a su primer contacto con el alcohol enloquecían y quedaban poseídas por espíritus extraños, a veces extraterrestres, y otras veces tan terrestres, que sentías lástima por ellas aunque no podías dejar de disfrutar con tanta confusión. Junto a todos ellos, el equipo de camareros hacía honor a aquél que los había elegido. El dueño. El personaje entre los personajes. Ese que llegó a conseguir que me sintiese normal por primera. Aquel bar fue encontrar un brazo gemelo a mi tercer brazo pero todavía no sabía muy bien por qué.
El mundo quedaba detenido fuera, y esa otra sociedad de la que yo formaba parte y que sólo existía dentro de aquel local me había atrapado sin darme cuenta y sin vuelta atrás. Y fue allí, a puerta cerrada, una noche cualquiera, cuando el dueño del local me dio la clave del enigma que llevaba atormentándome tanto tiempo. Me dijo que yo no era yo y que nunca lo había sido. Que él no era él, ni los otros los otros. Que me estaban esperando como todavía esperaban a muchos más. Entonces lo comprendí. Todos tenían un miembro fantasma como yo, y conmigo, aún no se había cerrado el ciclo.
J.E.

lunes, 16 de junio de 2008

Lo dicen las escrituras


Una mujer camina por la avenida de una gran ciudad, sus pasos se aceleran cada vez más, presiente que la persiguen pero no está segura, no se atreve a mirar hacia atrás así que con el corazón acelerado y sin aliento se ve corriendo calle abajo.

Ya está. Lo ha hecho desaparecer. Hace un par de horas lo ha expulsado, pero no podrá deshacerse de él tan fácilmente, por dentro no, su otro yo, ese que odia tanto y del que nunca puede deshacerse le dice que no debería haberlo hecho, no para de gritar, no la deja en paz. Es un secreto que ni siquiera podrá confesar a su esposo, el más grande de los esposos.
Desacelera el paso, ya no puede correr, se ha levantado un viento huracanado repentino, como una señal, como un presagio del castigo que puede caerle encima. La ira del que todo lo ve no es cualquier cosa. Hace tanto aire que sus pasos se vuelven en contra, tiene la sensación de andar del revés, con el cuerpo delante y los pies detrás. La calle es un tornado de polvo, bolsas de plástico, hojas secas y ramas de árbol caído. Silbidos, resonancias y golpes se alternan. Exterior, interior. Calle, conciencia. Conciencia, calle. Pero, ¿qué otra alternativa quedaba?, o eso, o renunciar para siempre al camino elegido, al camino de los elegidos, al buen camino.

La manifestación a la que acudía por autoimpuesta responsabilidad quedaba a dos manzanas y ahora sí que tendría que echar mano de todos sus recursos. Debía cambiarse de ropa cuanto antes. Le habían recomendado llevara los hábitos puestos. La ocasión lo requería. Qué no hacer para devolver el rebaño al redil, para que las ovejas descarriadas encontraran de nuevo la tierra prometida, para que el hijo pródigo regresase. ¿Era ella digna de tal misión? Sí, siempre había cumplido con todo excepto aquel día en que no entiende aún qué pudo ocurrirle, y lo de hoy…, pero lo de hoy, no cuenta, nadie lo sabe, nadie debe saberlo, y lo que no se conoce no existe. ¡Que Dios aleje de mí este cáliz!

Continuó su perorata mientras se desnudaba en los aseos de un bar concurrido y cercano a la plaza donde la esperaba esa gran y representadora manifestación. Guardó su ropa de pecado en la bolsa que con manos temblorosas preparó a conciencia y salió como alma que lleva el diablo hacia su cita con la cúpula eclesial, a estas horas ya debían haber iniciado el recorrido. Con el hábito se sentía mejor, era como si nada hubiese pasado, la apartaba de la realidad, de cualquier realidad que no fuera su fe. El aire se enredaba entre sus pies y su túnica sagrada, entre su toca y su cabeza llena de apelmazados pensamientos. Todos los elementos terrenales se habían vuelto contra ella, tropezó varias veces y a punto estuvo de caerse otras cuantas, los remolinos de polvo y la basura flotaban en el aire desprendiendo partículas que la obligaban a cerrar los ojos, o a entornarlos tanto que sólo podía intuir lo que tenía justo enfrente.
Su nerviosismo se incrementó cuando oyó los gritos de los manifestantes, ya estaba casi al lado, le dolían las entrañas, la cara le ardía y presentía una hemorragia en esa parte de su cuerpo que no debería haber compartido con nadie pero que a estas alturas no podía estar más ultrajada. Aún así prosiguió su camino combatiéndolo todo, sobreponiéndose a cualquier obstáculo, como los mártires echados a los leones, nadie debía sospechar, en la clínica le habían asegurado intimidad, privacidad, la imposibilidad de que su acto quedase aireado. Era como un secreto de confesión, el juramento de Hipócrates. Además, nadie había alegado objeción de conciencia para practicarle lo que le habían practicado, para sacarla de ese apuro. De lo contrario, su vida se hubiese ido al traste, se hubiese roto. Ella no era como cualquier mujer mundana de esas que se deshacen de los hijos por egoísmo, no, lo suyo era diferente, había elegido este camino desde muy joven, había profesado la fe para ayudar a los demás, de eso se trataba, si tuviese un hijo la expulsarían de la congregación y además, flaco favor haría a la credibilidad de la causa, ¿cómo podría propagarse con este mal ejemplo la verdad de Dios?

Bajó de la acera y dando un traspié cayó al suelo, con su hábito, su toca, su inmoralidad a cuestas, su miedo, su indefensión y su miseria. Presintió que algo malo iba a pasarle, miró hacia arriba con temor y vio un balcón del que colgaba una pancarta, por un momento se tranquilizó: “en defensa de la familia cristiana”, rezaba el cartel, y no pudo leer más porque de repente se vio atrapada entre esas mismas palabras, el aire había arrancado el letrero, se había pegado a su rostro y no la dejaba respirar.
J.E.

viernes, 13 de junio de 2008

Spray


Spray. Así se llamaba su página, y de la definición que daba wikipedia había hecho la suya propia, y para mí, un poco la de cualquier ser humano: "Envase de algunos líquidos mezclados con un gas a presión, de manera que al oprimir una válvula sale el líquido pulverizado". Él era eso, como yo, como todos. Un mero envase que al ser sometido a presión, acababa por pulverizarse. ¿No estábamos todos algo pulverizados?, unos más que otros, claro, pero, ¿qué porcentaje de pulverización tenía cada uno y en función de qué?, ¿qué hacía que ganase la parte compacta a la pulverizada?, ¿qué acontecimientos provocaban que esa válvula entrara en acción? Eran preguntas que solía hacerme constantemente sin respuesta y que al parecer, alguien a quién seguramente si no fuera a través de la red nunca hubiese conocido barajaba estos mismos pensamientos. Me intrigó y entré a conocerlo.

Me dijo que venía de un planeta llamado "desmemoria" y me cautivó de inmediato. Junto a esa afirmación aparecía una foto y un vídeo de presentación con algunas de sus teorías en las que decía estar trabajando. Me sorprendí porque su físico de rasgos afilados que podrían dibujarse prácticamente en una línea, parecían repetir el mío, era como ese doble que dicen tenemos todos pero en el ciberespacio, ese macromundo tierra de todos y de nadie, que me atrapaba cada día más temprano y me hacía trasnochar cada vez hasta más tarde. Nunca me lo había planteado así, pero ese aspecto atípico que ambos teníamos era realmente como salido de aquél planeta del que decía proceder y que sólo con nombrarlo quedaba descrito.
Unos ojos que soñaban sin mirar, perdidos más allá de la pantalla, unos labios pronunciados detenidos en mitad de una frase o de un sí a secas y una nariz prominente sobre la meseta lunar de un rostro plagado de pequeños cráteres, eran su otra definición y también la mía: Esa expresión ausente, mezcla de hola y adiós incrédulo y de un "me da igual" infinito que no podía dejar de mirar cada vez que entraba en esa dimensión suya y ahora también mía, esa especie de espejo que había encontrado al otro lado del plasma.
El vídeo mostraba un cuerpo frágil en actitud vaga ante un muro grafiteado en cualquier ciudad. Con andares cansados y lentitud etérea arrastraba un dedo por la pared mientras con voz grave planteaba una de sus hipótesis surrealistas. Atrapó mis energías de inmediato en una sola mirada y, sin embargo, no era la primera vez que sentía esto. Tras este descubrimiento momentáneo, me di cuenta de que él era alguien a quien yo había conocido mucho antes, pero todavía no sabía dónde, ni quién podía ser.

Y la curiosidad por el misterio que encerraba ese personaje fue mi perdición. Mi aspiración no consistía en desvelar su verdadera procedencia sino aquella otra que, día tras día, creaba o reinventaba como una pócima de encantamiento hecha a base de teorías descabelladas y absurdas. Sus planteamientos no eran activos ni estáticos, simplemente pretendían afiliación. Pulverización. Una pulverización incondicional que yo todavía no alcanzaba a comprender, pretendía establecer una asociación cerebral de ideas. Desde una base de operaciones callada y quieta, iba calando en los distintos campos sensoriales de aquellos links de los que se rodeaba y que a la vez dominaba, entre ellos, el mío. Una tela de araña que tejía minuciosamente a su alrededor, y en el que había establecido su reino particular donde atrapaba adeptos y también a extraños, que intrigados como yo, quedaban imantados en su superficie.

Cada mañana, cosas de su planeta invadían esa página anhelada. La gente capturada, como yo, no podía despegarse de esa red invisible donde la intrusión del mundo fantástico en el real dejaba atrapado e inquieto para el resto de cualquier jornada. Decía con la parsimonia de la que era capaz, y ésta era mucha, que en su planeta la gente carecía de preocupaciones. Éste no tenía ni principio ni fin, tampoco tiempo, porque sólo existía el momento, único concepto que barajaba. Al no existir dimensiones espaciales ni temporales, no existía el sufrimiento ni la incertidumbre. Todo era lo que era, un todo conformado sólo por sentimientos y sensaciones. No había historia y por tanto no existían los hechos, sólo las circunstancias. La gente aparecía o desaparecía sin más explicación y sin más curiosidad por parte de los demás, simplemente, ya no estaba. Ausente el concepto muerte tampoco se conocía el del nacimiento y sólo el verbo estar aparecía en sus breves vocabularios. No hacían falta demasiadas palabras para expresar esos sentimientos y sensaciones pues ambos carecían de definición y por tanto de diccionario. Los hombres era un mismo hombre y eran a su vez miles y miles, incalculables conjuntos de átomos dispersos por el planeta, cuya acumulación o disgregación producían esa aparición o desaparición de la que antes hablaba.
Tal cúmulo de invenciones formaban parte de las que yo siempre había pensado. Su código de amigos se reducía a uno solo, según su teoría del reflejo, es decir, que cada persona era un reflejo de otra igual, y de otra y de otra, como las imágenes proyectadas en espejos paralelos. Y eso quería yo, pertenecer a ese código unitario, a esa inmortalidad placentera de la que ya no pude apartarme ni un segundo.

Así fue como quedé pegado a mi silla de ordenador desatendiendo lo demás. Incluso, en algún momento, llegué a creer que ese planeta también era el mío y que mi realidad anterior a esa sucesión de momentos internauticos sólo había sido una fantasía, una ensoñación en el tiempo cuando todavía existía ese concepto, todo el tiempo hecho de momentos en esos años en los que había vivido sin conocerlo.
Me habló de un proyecto y entré en él de lleno sin demasiadas preguntas. Se trataba de crear una realidad paralela que fundiese la suya y la terrestre y llegar así a un grado superior de existencia sólo comparable al de los dioses de la mitología griega o romana, esos que sentaron las bases de este mundo de humanos mediocres. Pero nosotros, llegados a esa plenitud, en vez del castigo como lo hicieron aquellos vengadores del bien y del mal, sentaríamos las bases a través del conocimiento y la tolerancia.

Para poder llevarlo a cabo me dijo que habría que empezar por desdoblar a cada hombre en un símil de sí mismo pero desde un inicio "0" que iría llenándose poco a poco de nuevas versiones de lo real y lo auténtico en la vida. Me confesó que había iniciado un experimento conmigo y que dados los buenos resultados obtenidos por mi parte, ya era el momento de intentarlo poco a poco con otros. Estaba claro que los dos solos no podíamos acometer esta hazaña, y que una de nuestras primeras labores sería formar un equipo de gente que elegiríamos y que serían expertos en determinadas disciplinas aún por investigar. El desdoblamiento se haría por la noche aprovechando el sueño y en esa primera etapa REM sería donde cada uno de esos hombres estaría a su vez despierto en otro lugar aprendiendo las bases para el nuevo mundo.
Y yo, contagiado o convertido en uno de esos otros, no hacía más que trabajar para dar vida al planeta de nunca jamás. Afortunadamente vivía con mis padres y podía permitirme andar la mayor parte del día en la luna orbitando a ese ser que era el único que giraba sobre sí mismo y alrededor de algo que todavía no alcanzaba a comprender.

Comenzamos a reclutar gente, en primer lugar bajo un sólo criterio, después añadiríamos más, pero la condición imprescindible y de carácter eliminatorio era la marginalidad mental, esa característica de la que muy pocos seres estaban dotados y de la única por la que se podía empezar a hacer algo. La marginalidad consistía en poseer individualidad creadora, mente solitaria, ambigüedad hacia las cosas, y capacidad para pensar, analizar e inventar lo inexistente. Lo único que tenían que hacer era crear a partir de la nada, sin referencias ni orientaciones. Debían extirpar la realidad que llevaban dentro. Se necesitará más de una vida para lograrlo, me dijo, pero de eso se ocuparán ellos, nosotros sólo seremos responsables de la primera generación. Una vez reclutados veremos qué sabe hacer mejor cada uno y exaltaremos esa parte para que puedan enseñarla. Extraña sociedad saldrá de aquí pensaba yo, pero me gustaba la idea y la desfachatez de creer en ella como si fuese posible llevarla a cabo.

En primer lugar había que celebrar una asamblea general de ideas sin orden del día ni presidencia, pero ¿cómo y dónde? Decidimos crear un blog que haría las combinaciones precisas entre el mundo físico y el virtual, había que sacarle partido a esa generación del "yo", del ego a compartir fuera de la realidad de cada uno y que se expandía como lava caliente en esa sociedad sin fronteras llamada internauta, y así aportar hasta la información más perdida que existiese en el planeta tierra. Sabíamos de cincuenta personas en el mundo que eran superdotadas sobrenaturales. Les pedimos ayuda, ellos podían aprender un idioma en una semana y hacer cualquier cálculo matemático en segundos, si ellos se mostraran interesados además de ayudar, tendríamos gran parte del camino hecho.

De ese blog, nació la asamblea de contacto físico que se celebró en el "Café Ciencia" ubicado en la Mitad del Mundo, latitud 0o-0o-0o, al pie del monumento Equinoccial levantado quince kilómetros al norte de la ciudad de Quito, Ecuador. Cuando nos vimos por primera vez, éramos todos iguales e inmediatamente, el grupo se deshizo.
J.E.

jueves, 12 de junio de 2008

La mentira


La tecnología había llegado tan lejos que todos, hasta los mismos científicos habían perdido la memoria, el planeta se venía abajo hasta que algunos de sus habitantes, los mentirosos, fueron inventando de nuevo las cosas porque ellos eran los únicos que habían conservado el don de la creatividad. La gente confiaba en ellos porque no podían hacer otra cosa. Los mentirosos iban así creciendo en número y poder hasta que todo fue una gran ficción en la que habían aprendido a manejarse perfectamente. Un ciudadano anónimo recuperó momentáneamente la memoria, vio la gran mentira sobre la que todos estaban viviendo y se horrorizó, pero al desconocer cual era la verdad absoluta de las cosas no supo como reconducir todo aquello y decidió realizar una organización paralela. Los agrupó por parejas juntando siempre a un desmemoriado con un mentiroso alejado del poder y comenzó así un nuevo proyecto. No resultó difícil puesto que nadie se acordaba de nadie y muchos deambulaban perdidos por ciudades en las que no había nada reconocible para ellos, nadie tenía nada y por eso todos utilizaban las cosas libremente. El primer coche que veían, la primera casa que encontraban, la oficina que les venía al paso. No existía por tanto la propiedad privada y muchos objetos empezaron a desaparecer de la circulación, entre ellos las llaves y el dinero y más adelante también lo hicieron las profesiones porque cada uno realizaba lo que su instinto más primitivo le dictaba. Como no se reconocían unos a otros, el concepto de belleza también cambió, nadie sabía como era en sí mismo y sólo veían en el otro lo que imaginaban podrían ser ellos. Dejaron de vestirse, sólo en invierno utilizaban las pieles que por necesidad quitaban a los animales que deambulaban por ahí y las ataban con cuerdas a sus cuerpos. Cuando sentían hambre comían la carne de esos animales y los frutos que colgaban de los árboles que les rodeaban, habían vuelto al principio de los tiempos y se dieron cuenta de que necesitaban organizar una nueva sociedad con la ayuda de los mentirosos que estaban en el poder, los únicos capaces de inventar historias y acontecimientos que los sacasen de aquella burda rutina. Los mentirosos crearon armas y con las armas llegó la guerra. Y con la guerra la destrucción.

El único superviviente después de la gran guerra no supo qué hacer con todas aquellas cosas que pertenecieron a la sociedad que ya no existía, las bombas sólo habían destruido a las personas así que todo seguía en pie excepto la gente. No pudiendo soportar la soledad empezó a construir muñecos, dibujar caras y poner cuerpos a todos los objetos, y poco a poco se dedicó a fabricar réplicas casi reales de personas que llegaron a tener tanta perfección que progresivamente comenzaron a tomar vida y los objetos se humanizaron.

El planeta se había deteriorado tanto que todo era un desierto, las fronteras daban igual porque ya no había nada que defender, todas las zonas eran iguales. Los habitantes eran todos iguales pues los dibujos que el superviviente había hecho no se diferenciaban unos de otros. Todos tenían el mismo destino, vivir. Vivir indefinidamente en un espacio desértico al que se habían adaptado mimetizándose con el paisaje. Ya no existían los países ni las nacionalidades solo el hombre y los hombres objeto que padecían de hastío, un hastío descomunal. Un día llegó alguien diferente. Nadie sabía de dónde había salido. Ese ser distinto a todos ellos les dijo:

- Necesito vuestra ayuda. De donde vengo nadie sabe representar o inventar situaciones y sentimientos humanos, esas emociones existen pero todavía no tienen un nombre que las designe o quizá por no haberlas nombrado nunca aún no las conocen…

Estaba mintiendo. Todo volvió a empezar.
J.E.

miércoles, 11 de junio de 2008

Proceso de creación


Esa mañana caminó despacio tras un niño que asido a su cartera y con un perrito en la mochila le pasó por delante. Seguro que no llegaré muy lejos, pensó mirándolo, irá al colegio que debe estar muy cerca de aquí porque va solo, si no, lo acompañaría alguien o quizá no va al colegio y se ha escapado de casa, los perros no son bien recibidos en las escuelas. Si yo fuera su padre ahora estaría a su lado. El niño cambió de acera y él se apresuró a hacer lo mismo. Intentaba imaginar hacia dónde iban las otras personas que se cruzaban en su camino y que eran descartadas de inmediato porque, de momento, ya había elegido, aunque no las tenía todas consigo, hasta ahora, no se había decantado todavía por seguir a un niño.

Nada le pudo hacer más daño a la crisis de sus cuarenta que el día que vio bajar en una caja de muertos al hijo de su vecino, se convenció entonces de que ni siquiera por éste método, el de la descendencia, dejaba uno algo de sí mismo en este mundo. La obra humana no era efectiva pues podía fallar en el momento menos pensado como acababa de comprobar con este desgraciado suceso. Quién se lo iba a decir al vecino que alardeaba de poder morir tranquilo porque dejaba huella tras de sí, porque alguien continuaría sus cosas.
No se había planteado este tema hasta que vio bajar en la caja al niño, le afectó tanto que no pudo dormir en mucho tiempo, y no porque la pena lo embargara, sino porque a partir de ese acontecimiento no podía dejar de pensar en qué haría él para dejar algo que lo sobreviviese después de haber muerto. Con el recuerdo de los demás no le bastaba y le dio por pensar que debería empezar a escribir esa novela que había publicado tantas veces en su mente y que por esa vaguedad suya achacada a la falta de tiempo nunca había puesto sobre papel, pero se encogió de hombros como siempre y continuó escaleras arriba hacia su casa.
Desde que la treintena se acercaba a la cuarentena no paraba de ponerse a prueba ante todas las cosas por absurdas que fueran, y entre ellas, se preguntaba si querría tener hijos, si los tendría alguna vez. No lo había pensado seriamente, tampoco es que lo hubiera descartado para un futuro pero era algo que no encajaba en su vida todavía. Llevaba tiempo haciendo extravagancias, como apuntarse a clases de todo tipo, embarcarse en viajes exóticos y dejarse un trabajo fijo para cobrar del paro y aprovechar el tiempo que creía perdido.

Tras sus divagaciones se dio cuenta de que había perdido al niño, lo buscó con la mirada un par de veces pero había desaparecido, debía haber entrado en cualquiera de los bajos cercanos pero no veía ningún colegio por allí. Había traspasado su zona habitual, y contra su pronóstico se había alejado bastante, no conocía esa parte de la ciudad. Divisó un par de bares entre varios portales de edificios de viviendas, un ultramarinos, más edificios, una farmacia, un parking, un kiosco, ¿dónde había ido el niño?, decidió terminar la calle y girar en la dirección que tomara cualquier persona que pasase por allí pero no pasaba nadie y empezó a desesperarse, entró entonces en el bar que hacía esquina y pidió el periódico en la barra y un café, sacó su libreta de apuntar cosas y direcciones y consulto la sección de ofertas laborales. De repente, cuando casi ya lo había olvidado, vio al niño salir de detrás del mostrador, se había quitado el uniforme y ya no llevaba la cartera, ni la mochila, ni el perro. Merodeaba por las mesas y recogía cualquier utensilio o plato vacío que no estuviera utilizándose. Debía ser el hijo del dueño, pero qué extraño, eran horas de estar estudiando para su edad, rondaría los 11 o 12 años y no tenía aspecto de estar enfermo. Miró a su alrededor, ningún camarero tenía pinta de progenitor, eran todos demasiado jóvenes y en la barra servía una mujer mayor que no parecía prestarle la menor atención, ¿sería hijo de algún cocinero escondido tras esas puertas oscilantes que tenía enfrente?, bueno, qué más daba. Hizo una señal al niño y le pidió una cerveza.

- Ahora se la traen - le dijo el chaval desapareciendo detras la barra.

Otro camarero le sirvió. Terminó la cerveza sin novedad y pidió otra a ver qué pasaba, necesitaba saber más, ¿dónde estaba ahora el dichoso niño?, ¿qué hacía allí dentro?, no pensaba irse hasta descubrirlo. Cuando ya estaba algo ebrio y harto de esperar, dijo levantando la voz:

- ¿Dónde está el niño que andaba por aquí? - El niño apareció de nuevo y se acercó a su mesa.
- Schsss!, - le increpó con un dedo en los labios. - No grite! – Dijo en un susurró sentándose junto
a él.
- ¿De verdad no sabe dónde estaba?, ¿no sabe quién soy?
- mmm, No.
- ¿No sabe que hago aquí, de verdad?
- Pues… no!
- ¿Y qué hace Vd. Aquí, eso sí lo sabe, no?, ¿no lo adivina?
- No tengo ganas de adivinanzas, niño, ¡yo qué sé!.
- Soy su personaje de hoy, ¿no me reconoce?, me ha elegido esta mañana aunque lleva pensando en mí muchos días. Me ha repudiado como hijo y como el niño que Usted fue. ¿No le gusta como soy?
- ¿Por qué no estás en el colegio, niño loco?
- Lo ha decidido usted, todavía no me ha dado oportunidad de tomar decisiones. Ni siquiera me ha asignado padres o a un adulto que pueda ser después.
- ¿Estás empleado aquí?, -dijo el hombre escandalizado, -¡pero si no llegas ni a los catorce!
- Bueno, por lo menos ya me ha dado una edad y una ocupación. Pregúnteme más cosas, estoy empezando a definirme y no tardaré en poder funcionar sólo.
- Debo estar borracho, -dijo levantándose de golpe. -Me voy. -Y se dirigió hacia la barra.

- ¡Señor, Señor!, -le gritó un camarero desde la mesa en que se había levantado, se ha dejado estos papeles dijo mostrándole su libreta.

Salió a la calle, preguntó cómo ir a su casa y caminó muy deprisa, sin mirar atrás, sin mirar a nadie, sin separar la vista del suelo. Cuando llegó respiró aliviado, ya estaba en casa. Subió los peldaños de dos en dos, abrió la puerta y al dirigirse a su escritorio, el niño estaba allí.


J.E.

lunes, 9 de junio de 2008

El alma en pena


















Un hombre va al médico a recoger los resultados de una analítica. El médico le dice que, literalmente, tiene una vena de agua. Después de escuchar esto, el hombre, literalmente, desaparece.


Cuando empezó por la primera vena, la poética, fue increíble, podía escribir los poemas más bonitos que nunca hubiese imaginado pero se dio cuenta que no podía cantar al amor porque todavía no lo había conocido, así que decidió adquirir también una vena romántica y todo funcionó como él esperaba pero con el tiempo volvió el vacío, la insatisfacción, el tedio. Se decidió entonces por la vena artística ya que dada su mayor amplitud pensó le daría mejor resultado, se manifestó de todos los modos posibles y hasta fue reconocido en ámbitos que jamás hubiese soñado, pero la dejadez y el hastío volvieron. Entonces pensó que la vena viajera sería la mejor, necesitaba explorar, expandir, sacar hacia fuera todos los beneficios adquiridos y disfrutar, pero se le planteó un problema, el idioma, así que debía hacerse, además, con una vena políglota y volvió a intentarlo una y otra vez. Reconoció que por un tiempo le fue útil pero después llegó el cansancio de nuevo, quizá el problema fuese ese tiempo, el tiempo que acababa deteniéndose en todas partes, pensó así que debía construirse entonces una vena eterna, atemporal, una vena que impidiese todas esas limitaciones que el enemigo tiempo le imponía, pero una vez conseguido esto tampoco fue suficiente. Por más vidas en las que se instalaba conseguía encontrar la respuesta a lo que estaba buscando, pero ¿qué buscaba? Una larga investigación lo condujo a la vena de agua. Qué gran hallazgo, ya tenía lo imprescindible, su problema era que le faltaba fluidez, dejarse llevar por la corriente que le proporcionaban todas las venas adquiridas, así que se puso a ello. Sin embargo se dio cuenta de que en realidad no había conseguido nada. La vena de la fluidez lo llevó al conocimiento y en éste acabó dándose cuenta de que la solución al problema era él, ya no le quedaba ninguna vena por cambiar, ninguna vena en el mundo podría cambiar el estado en el que se encontraba, un estado en el que no había 'yo', estaba experimentando la nada, la nada pura, el ningún sitio más allá del todo, había encontrado el sentido del mundo y entonces lloró de felicidad, lloró por todas partes, por primera y última vez, lloró hasta que todas sus venas se hicieron agua, se licuó, se convirtió en líquido y después se evaporó.

J.E.

viernes, 6 de junio de 2008

Descompasado


Le diagnosticaron dos corazones. Notó un peso y un vacío a la vez. Se mareó. Gravitó en el aire suspendido sobre esos dos flotadores henchidos que ahora galopaban descompasadamente, sí, en ese momento sintió los latidos por partida doble. Un redoble y una parada. Una respiración entrecortada y un suspiro. Se desmayó. Cuando volvió en sí estaba fragmentado en dos. Siempre lo había intuido. Todas esas contradicciones, todos esos amores y odios simultáneos, idas y venidas, avances y retrocesos, ataques y retiradas, admiraciones y desengaños hacia una misma persona, todas esas rarezas disparatadas y sin razón. Ser alguien de noche y otro por el día, y en algún momento, los dos. Así que se trataba de eso ¡Dos corazones!
El hombre con dos corazones salió a la calle descompasado. Lloró dos veces y rió otras dos. De camino a su casa se perdió. Uno de sus corazones corría hacia la estación más cercana deseando marcharse. El otro corazón pugnaba por volver y continuar como siempre.
En la orilla de un río se vio reflejado en el agua apedreándose a sí mismo.
J.E.

jueves, 5 de junio de 2008

El profesor


Empezaba a faltarnos algo, no sabíamos qué. Quizá tiempo. Pero no sabíamos. Me acerqué a conocer su realidad, esa otra realidad que él tenía a parte de la nuestra, esa que compartíamos día tras día pero sólo a determinadas horas.
Entramos en el colegio y aquel olor intenso a libros, plastelina, lápices, gomas y pupitres me atrapó en el pasado. Lo acompañé escaleras arriba y después de saludar a dos o tres profesoras que me presentó apresuradamente, casi por obligación, entré en su clase. Se movía con desparpajo por aquellos pasillos llenos de luz y de infancia, de infancia perdida para mí y que él recuperaba a cada paso que daba. Y tuve celos, celos porque yo ya no pertenecía a ese mundo, porque no pertenecía a su mundo, aunque parte de su mundo fuera yo.
Los niños lo miraban con cariño y admiración, se notaba que era importante para ellos. Y después de tantas y tantas dudas supe, en ese momento, que era el profesor que siempre hubiese querido tener aunque me hubiese llegado en plena madurez, el profesor del que tantas veces me había enamorado a lo largo de mi vida sin saber que era él. Tan cerca y tan lejos, ahora iba a dar una clase para mí y para los cinco niños que tenía asignados. El resto, la gran mayoría, se amontonaban en clase de religión. Él daba la alternativa. Educación para la ciudadanía, esa asignatura fantasma que casi nadie entiende para qué sirve, ese concepto en el que caben tantas cosas y tan fácil de vaciar según como se mire y quien lo mire.
Él, mi profesor, su profesor, ahora entusiasmado con la interculturalidad, preguntaba a los niños y me miraba de reojo con ternura infantil, con el amor del niño que no había dejado de ser. Encendió el pequeño televisor analógico que le habían dejado como todo material para sus clases y lo trasladó al centro del aula. Colocó el DVD que había traído de casa y puso una película de problemática social. Después comentó con rigor su contenido, y lo amé otra vez como la primera vez, lo amé mientras hablaba, lo amé más que nunca porque hablaba mi idioma, porque fuera de nuestra burbuja particular compartía mis inquietudes más internas. Lo admiré y lo reconocí. A continuación les hablé yo del universo de los libros y del mundo encantado de las palabras y de esa otra vida que tienen las cosas. Y él se reconoció en mí.
Al terminar la clase algo de aquella magia también terminó, salimos y recorrimos a la inversa los pasillos antes entrañables y ahora oscuros.
Volvimos a nuestra realidad de café, libros y sexo. Eso era lo único que teníamos y lo único que habíamos querido tener, sin embargo, ahora... Ahora ya no sabíamos si subir o bajar de la nave espacial que gravitaba en el único universo que nos pertenecía. Subíamos y bajábamos en las distintas galaxias, pero no encontrábamos dónde y en qué lugar quedarnos. Éramos Vulcano y Ceres. Dos miniplanetas, dos planetas enanos perdidos y no reconocidos.
Creímos que nos faltaba el tiempo y el tiempo fue quien nos destruyó. Lo despidieron. Él quiso más de mí. Su tiempo invadió mi tiempo. El niño perdido creció de repente y yo me encontré con la niña que había perdido. Se rompieron nuestras realidades cotidianas y el planeta tierra nos engulló en su gravedad.
J.E.

martes, 3 de junio de 2008

Por siempre jamás


Hacía un par de años que mi amigo se había marchado de la ciudad para instalarse en tierra de nadie. Al fallecer su mujer decidió vender la casa y adquirir una finca en medio de la huerta. La reformó por completo y el resultado fue una copia exacta de su casa anterior, es más, parecía que la hubiese decorado ella, era como si al morir, lo hubiera poseído.
Comprobé con estupor que en todo este tiempo mi amigo había cambiado mucho. Sus gustos, su ropa, su carácter eran otros. Parecía mucho más atento a las cosas. Se interesaba por todo aquello que en vida cautivara a su mujer. Era como si ella que siempre lograba personificar espacios, influir en la gente e incluso marcar tendencias -menos en su marido-, ahora lo hubiese conseguido desde el más allá.
Lo descarté de inmediato, sabía que mi amigo estaba solo, pero mientras deambulaba mostrándome la decoración interior, por detrás de él, me pareció ver la sombra de alguien y volví a pensar en su mujer. Le pregunté si no le asustaba vivir tan sólo. Su respuesta fue rotunda. No estoy sólo, mi mujer todavía está aquí.
Con un profundo escalofrío pensé, -que él tenga esa sensación entra dentro de lo normal, pero que la tenga yo carece de toda lógica-. Decidí olvidarme de todo, quizá me había impresionado ver a mi amigo tan cambiado, ya no era aquél al que había echado de menos cuando su estado de ánimo y su ansia de soledad habían impedido nuestro reencuentro. Por unas cosas o por otras, ella siempre nos había separado y ahora parecía seguir estando presente.
Me dirigí al cuarto de baño, cambiando de espacio quizá lograría quitarme aquellos pensamientos, pero cuando me disponía a salir de allí, una caricia en el pelo y una ráfaga de aire helado me detuvieron. Perplejo, miré hacia atrás. No tenía explicación. No había nadie y la ventana estaba cerrada. Volví al comedor con una única frase en la cabeza. Esto no ha pasado. Ha sido mi imaginación.
No dije nada. Encendimos el televisor y cenamos tranquilamente con las noticias. Al apagarlo, el reflejo que quedó en la pantalla fue revelador, sentados en el sofá, éramos tres. Entre mi amigo y yo estaba ella sonriendo.
J.E.

lunes, 2 de junio de 2008

Supervivencia


Cuando perdió al último de sus seres queridos no le quedó nada por hacer, ni los libros de yoga que la apasionaban antes, ni los fármacos que le recetaron después, dejaban poso en ella. Ningún Nirvana podía suavizar aquellas ausencias.
Primero llegó el insomnio, y con él, la indefinición entre el día y la noche. Después la ansiedad, la gordura tras la medicación, el desasosiego de visitar endocrinos, médicos y naturistas, y la sensación de caminar por senderos que no la conducían a ninguna parte.
Tras esa peregrinación decidió refugiarse en casa y buscar alivio en la televisión. Quedó atrapada de inmediato en un veinticuatro horas de ocultismo y videncia. Llegó a conocer por sus nombres y caras a todos los tarotistas, eran como una nueva familia y hasta estableció sus preferencias y afinidades aunque nunca contactara con ellos. Le bastaban las experiencias de los demás consultores, así fue como descubrió que su vida no sólo era esa que estaba viviendo, sino una infinidad de transformaciones que su alma había hecho a lo largo de los siglos. Y entonces, su carga le pareció menor, tan solo se trataba de asumir la reencarnación que le había tocado en suerte. Debía resolver problemas a través del sufrimiento, se trataba de eso y nada más, así de intrascendente podía llegar a ser la vida. Llenó la casa de velas y realizó cuantos conjuros predicaron los tiradores de cartas, contra lo que fuera y también para conseguir cualquier cosa, pero nada apaciguaba su infelicidad. Con el tiempo reconoció que todo seguía dándole igual, no deseaba nada en concreto.
Vacío de contenido cualquier espacio en el que se moviese decidió adelantar su recorrido final, ese largo pasillo hacia la luz que la conduciría hacia otra nueva vida. Planeó su propia muerte. Y tras varios intentos de suicidio, la familia lejana, aquella que aún le quedaba a pesar de los años y que no estaba dispuesta a hacerse cargo de la situación, decidió internarla. Ella, consciente de lo que pasaba se sometió sin un ápice de rebeldía, casi que con alivio a esa plácida reclusión. Y fue una paciente modélica hasta el día, en que al abrir la puerta de su habitación, encontraron junto a ella el cadáver de una enfermera. Cuando fue interrogada, contestó:

“Creo en la reencarnación como podría creer en cualquier otra cosa, en algo hay que creer, así que ya que todo es mentira o todo es verdad según desde el lado en que se mire, puedo fantasear o confirmar esta teoría. Tengo un hermano que en otra vida seguro fue mi marido y en otra anterior mi hijo y en otra más anterior todavía un gran amigo. También tengo un gran amigo que en mi anterior vida fue mi amante y en otra más anterior mi hermano. El caso es que mi marido, me acaba de llamar, y no sé por qué razón, por su voz se me ha revelado que fue mi abuelo en una transmutación anterior, así que le he dicho “¡yayito!”, y se ha enfadado conmigo colgándome sin más. Mi hijo, que es una reencarnación del primer gato que tuve, sigue echándose junto a mí para que lo acaricie cada noche, poder ronronear a mi lado y dormir repantigado delante de la ventana que deja abierta para poder marcharse cuando quiera. También en la etapa que fui hombre, mi hija fue mi mujer, y por eso ahora, discutimos tanto, y nos atraemos tanto, queramos admitirlo o no. Mis padres, que siempre fueron mis padres, en todas las vidas, me han educado muy bien. Todas las mañanas me tomo las pastillas, la rosa, la verde, la roja y la amarilla antes de desayunar, no me salto ningún color, y debo reconocer que me sientan estupendamente, porque durante el día suelo olvidar todo esto y puedo tratar a cada cual dentro de la clínica como le corresponde, poner a cada uno en su lugar. Sin embargo, a partir de las cinco de la tarde, hora de toreros, de té, de salida del colegio de los niños, de 2ª dosis de pastillas y del programa de radio que más me gusta, vuelvo a estar lúcida y mágica, y veo pasar y repaso todas mis vidas. Después, finjo tomar esa 2ª dosis, pero no lo hago, porque a continuación, vienen las visitas, y quiero estar normal para ellas. No vienen todos a la vez, menos mal, pero aún así yo los recibo por igual en el mismo sitio de siempre, no quiero que ninguno se sienta discriminado, ni superior ni inferior, no tendría sentido, pues todos han sido los mismos pero con distintas formas en todas las reencarnaciones. Los recibo en el jardín que comparto con otros inquilinos de este sanatorio, que es ahora mi nueva casa. Los médicos son mis criados de antaño, pero transformados, y también vasallos de mi ejército cuando mi gran amigo fue Atila. Un día a la semana tengo revisión, y me observan, lo sé y no me importa, no me importa ver en sus caras estupor, ni que incrementen mi número de pastillas tras cada encuentro, porque eso me indica que la nueva vida no está muy lejos y me estimula para aguantar ésta, que creo es la menos bonita de todas, bueno, ni bonita, ni fea, es extraña, pero como tengo que pasar todos los ciclos, éste sé que no volverá…
Esta mañana me han pinchado algo, me ha dado tanto sueño que durante un momento he vuelto a mi vida anterior, cuando estaba en mi casa y mi marido que era mi abuelo me preguntaba por qué hacía esto o aquello, y mi hermano que era mi marido me daba de comer cuando tenía regresiones y mi amigo que fue mi amante lloraba cuando le decía que por qué me engañaban todos, y mi hijo que era mi gato se marchaba por la ventana.
Por cierto, ¿qué era lo que me habían preguntado?"
J.E.