Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

lunes, 21 de julio de 2008

El primo Antonio


Murió el primo Antonio, y con él un trocito de cada uno de nosotros, su familia de tierra firme. Nunca olvidaré aquellas fabulosas aventuras que contaba del mar, y de los hombres del mar. Era marino mercante, y en cada una de sus visitas venía cargado de extraños y exóticos regalos. Cuando se marchaba, el efecto de sus palabras permanecía en mí durante mucho tiempo, cogía mi gran atlas y buscaba aquellos poblados donde las rodajas de merluza eran serpientes de mar; se comían ratas y gatos como exquisitos manjares; sirenas de hipnóticos cánticos atraían marineros para devorarlos; tiburones atracaban barcos, y otras cosas por el estilo: Guinea, Madagascar, Indochina, Polinesia, Tanzania o Tanganika se convirtieron en paraísos secretos que yo visitaba subida a mi cama, convertida en un flamante navío durante las tediosas tardes de siesta veraniega. De las historias que me contó y que yo redondeé con el paso de los años, me viene a la cabeza la que, casi siempre, era el disparador de las demás, y que reproduzco cada vez que pienso en él...
"Una noche en la que navegaban perdidos en un mar interminable, divisaron una costa, y en ella una luz sobrenatural. Conforme se acercaban quedaron extasiados por unas extrañas figuras que flotando en el aire bailaban una singular danza en la cima de aquel resplandor. Eran fantasmas de humo agitándose en la oscuridad. Al amanecer, y siguiendo el halo mágico de aquellas siluetas apenas ya perceptibles en el cielo, llegaron a un poblado perdido de la gran isla de Madagascar.
Encontraron allí una tribu de las que no se recuerda el nombre, pero que en lengua original significa (los que no se cortan el pelo). Hombres y mujeres lucían melenas increíblemente largas con las que quedaban prácticamente vestidos, cubrían además sus cuerpos con pesados collares de metal, caracolas, plumas multicolores y cintas de telas brillantes y llamativas. Eran muy felices, siempre sonreían excepto cuando luchaban contra sus enemigos o llegaban extranjeros a la isla. Por ello, costó mucho convencerles de que no ocurriría nada malo con la presencia de los recién llegados. Finalmente, los dejaron quedarse unos días mientras recuperaban fuerzas tras su larga travesía.
Al atardecer, el jefe de la tribu convocó al poblado en una gran hoguera, las sombras de la noche anterior volvieron a danzar en silencio por encima del fuego, y la isla quedó atrapada en segundos por esa luz misteriosa que dan las llamas a la oscuridad. Inquietos y algo asustados los recién llegados imitaron a los demás sentándose alrededor de la enorme fogata. Primero rindieron culto a los antepasados, después dieron cuenta de una suculenta cena a base de pescados, carne de tortuga, y voluminosos frutos del árbol del pan. Más tarde, cuando todos estaban sedientos de oír los relatos extraordinarios de aquella noche, el Jefe decidió contarles la gran historia, la que había sucedido en ese mismo lugar hacía ya muchos, muchos, años."
Pero esto ya sería otra historia...
Los hombres se le mueren a los cuentos, pero no así los cuentos a los hombres. Vaya esta historia en honor de aquél marino mercante del puerto del mundo, que llenó mi vida de sueños.

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