Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

sábado, 27 de marzo de 2010

Cuando la ciudad se vuelve triste y ya no sirven las canciones

Y tendré que empezar a ver de nuevo. A sentir en otras partes. A regenerar tejidos muertos. A regenerar, regenerar…. Se quitó la chaqueta con rabia y la arrojó sobre la cama desecha. El nudo en la garganta, el vidrio en los ojos, el temblor que las lágrimas reprimidas daba a las cosas y que había logrado mantener a raya por el camino desde la última conversación en el bar hasta su casa; dolor retenido y a la vez arrastrado por las calles como si llevara un hilo atado al pie con latas y cascabeles llamando la atención, dolor acumulativo atrapando cada detalle que la devuelve al anonimato, ser de nuevo una más entre la gente, una más en la ciudad que hace una hora era la mejor ciudad del mundo. Ahora, una hora después, privada de la condición de ser un ser especial que él le había otorgado y arrebatado con la misma rapidez, volvía a ser una más entre la gente. Una más. Una mujer sola que lee un periódico tras los cristales de un bar, un árbol recién podado con todo su verdor esparcido por el suelo, una sierra eléctrica que arremete espantada contra una nueva rama, un hombre de azul que sostiene la sierra donde quisiera sostener una manguera, un grupo de inmigrantes con sus países colgando en la ropa haciendo cola para una comida gratis, una barrendera que arrastra un carro de basura donde quiere arrastrar el de un bebé, un camarero extranjero que no entiende lo que le piden, un periquito escapado de una jaula perdido entre las piernas de la gente, un vendedor de flores aburrido de no vender que fuma y apaga el cigarro en una de sus flores repantigado en un portal, una china regando sus macetas todo a un euro en la puerta de su tienda, un abuelo atrapado en la calzada entre dos semáforos en ámbar, un borracho que habla solo sentado en un banco frente a un cajero, una vecina que la mira girándose para saludarla sin obtener respuesta. Una más. Eso es lo que era ahora. El nudo en la garganta, la mujer del periódico, el árbol podado, la sierra, el hombre de azul, la cola de inmigrantes, la barrendera, el camarero, el periquito, el vendedor de flores, la china, el abuelo, la vecina… todo le estalló entre la boca del estómago y el pecho, ese conjunto atrapado en un espacio tan pequeño reventó en un géiser de vómito, en un volcán de dolor que chocaba contra el suelo su lava caliente y le salpicaba la cara, y sin capacidad de reacción se sentó a llorar con la cabeza entre las piernas para no pisar sus propias vísceras. Las lágrimas y las babas iban cayendo en el triángulo formado entre sus muslos y la cama, una mancha oscura que crecía en cerco hacia donde mirase. Acercó un dedo y tocó el edredón mojado que cedió en un pequeño hoyo. Pensó en acertar con la siguiente lágrima o hilito de saliva en ese hueco y eso la hizo sonreír y después reír abiertamente, ahora reía con la cabeza levantada hacia arriba como una loca actriz de teatro, escuchándose, forzando las bocanadas que subían de los abdominales a la cabeza, las carcajadas pesaban y se dejó caer hacia atrás hasta quedar tumbada. El techo también tenía zonas oscurecidas alrededor de la lámpara, manchas de agua caída muchas veces sobre el mismo sitio hasta que expandida había dejado cerco. Qué sucio estaba, todo un borde negro que no había visto hasta ahora. Era como la vida que había inventado con él, un cerco negro que no había visto hasta ahora. Yo, mujer independiente, a Dios pongo por testigo, que no volveré a ser imbécil. Se puso de pie de un salto, ese bajón le había dado subidón, esa miseria acumulada en menos de una hora ahora estaba derramada en el suelo y en una esquina del edredón. Fue a la cocina, cogió el fregasuelos y el cubo. Puso el iPod en los altavoces, seleccionó una canción al azar con los ojos cerrados a ver cuál le tocaba en suerte y con los primeros acordes supo que no escaparía tan fácilmente del dolor y de su recién estrenado anonimato entre la gente, esa canción no podía ser una casualidad sino una señal, una mala señal, la convalecencia sería larga y llena de canciones ahora tristes que no podría escuchar durante mucho tiempo.

domingo, 24 de enero de 2010

Reducción al absurdo


Un hombre sencillo emigrado de un pueblo pequeño y perdido para siempre en una gran ciudad asiste a su propio sepelio de cuerpo presente. Un cuerpo sin alma metido en una caja, rodeado de flores, en medio de una ceremonia para él ya sin sentido y como sacada del "pueblo de los malditos". Todos los miembros de la gran familia, personas iguales de distintas edades como un truco de fotoshop, una misma cara aplicada a distintos cuerpos y peinados. Ciencia ficción, hubiese dicho el hombre si le hubieran enseñado su futuro por un agujerito cuando salió de su pueblo natal. Once hijos de su primera hija, cinco hermanos con otros tantos, los casi cincuenta hijos de hijos ya con otros hijos, caras infinitamente repetidas y reproducidas entre cánticos marianos, rascar de guitarras, colas de desconocidos esperando comunión y ecos de iglesia de barrio, de homilía de fue un buen hombre, de cura revenido venido a menos... de lutos, de oscuridad, de rellenar el último hueco vacío que espera, de reducción al absurdo...

miércoles, 6 de enero de 2010

Un rey mago muy especial...


Le había tocado guardia precisamente aquella noche. Aquella noche en que por unos segundos fue de nuevo Rey Mago. Al apagarse la luz de una ventana en una calle a oscuras, de regreso a casa, recordó su primera vez. Aquella otra noche en que apagó la habitación 101. Esa habitación donde su abuelo ocupaba una cama que no era la suya. Desde la ventana oscura de esa habitación de hospital observó las luces encendidas de los edificios de enfrente mientras desconectaba uno a uno los cables del respirador artificial.