Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

lunes, 28 de julio de 2008

Amor de elefante marino


El jueves era el día de mercado en el arrabal. La chica que no esperaba a nadie montó su tenderete de cuentos en el último puesto del mercadillo. Allí, junto a un tipo extraño cuyo producto no dejaba de ser tan extravagante como el de ella. Eso le dio ánimo. ¡Llaves! ¡Ese hombre vendía llaves amontonadas en cajones de oficina! ¿Quién querría llaves? - Son para coleccionistas como yo-, dijo él adivinándole el pensamiento. Era un tipo de mediana edad, inclasificable, que apenas hablaba, y que ni siquiera se molestó en preguntar por qué vendía ella cuentos que quizá no interesarían a nadie. Parecía un personaje de ficción de los que matan sólo con entrar en la mente del adversario, carecía de movimientos. Sólo fumaba, y observaba sin pestañear cualquier actividad a su alrededor ya fuera de persona, animal, o cosa. Se sintió cómoda a su lado. Y entre su distraída disertación, y el gentío que merodeaba por allí, no advirtió que había llegado su primer cliente. Tenía unos diez años rubicundos y miopes, apocamiento, y torpeza de niño acomplejado. Sonriendo tímidamente desde su gordura, y bajando la vista avergonzado hacia el euro que llevaba en la mano, intentaba conseguir esa historia particular que prometía el cartel de la cuentista. Se giraba inseguro hacia el grupo de chiquillos que, con carteras en el suelo, esperaban expectantes, a empujones, la equivocación idiota de su pobre compañero. Lo habían enviado como cobaya hacia algo, de lo que por ser atípico, desconfiaban.
Con voz apenas audible, el chaval dijo:
-¡Amor de elefante marino!, por favor.
-¿Amor de elefante marino es el cuento que quieres?, - preguntó ella recogiendo el euro de su mano.
- Sí, -dijo el niño con una sonrisa que la traspasó.
- Pues claro que sí, -respondió ilusionada. -Vas a ser mi primer cliente-, y comenzó a escribir...
"En la Patagonia, había un lugar llamado Tierra de Fuego, y como estaba en la puntita de la bola del mundo, pues también lo llamaban El Fin del Mundo. Allí, en ese hermoso lugar, nació un elefante sin orejas ni trompa, con bigotes, y patas muy, muy cortas, tan cortas, que cada vez que tenía que desplazarse debía arrastrar su pesada barriga por el suelo y bramar como un ogro para lograrlo. Estaba muy triste porque quería haber nacido en otro lugar, y con otro aspecto. Siempre le faltaba algo para ser feliz. Todas las mañanas lloraba tumbado en una preciosa playa donde se sentía sólo y abandonado, y en su tristeza soñaba selvas lejanas donde otros elefantes más afortunados, transportarían pasajeros en el lomo con sus robustas patas, se rociarían de agua la cabeza con sus enormes trompas, y se espantarían las moscas con sus grandiosas orejas. A su lado una pingüina recién llegada de las profundidades del mar, cansada de tanto nadar, y tan falta de atributos selváticos como él, lo miraba escandalizada. No entendía por qué ese elefante tonto lloraba tanto, y se quejaba de cosas estúpidas que nunca llegaría a tener con esa suerte de paraje, en el que él, podía quedarse casi todo el año sin tener que andar de aquí para allá como ella. La playa donde vivía era tan bonita: el mar siempre estaba tranquilo, peces voladores, gaviotas y focas jugaban con él, de vez en cuando venían las ballenas, y en otras épocas llegaban ellos, los pingüinos, y además, los cormoranes de esas tierras eran los amigos más divertidos del mundo, no paraban de apelotonarse para hacer dibujos y figuras en las rocas. -¿De qué te quejas?,- le preguntó un día. -Tú eres un elefante marino, ¿para qué quieres estar en la selva?, ¿de verdad te gustaría tanto? Conozco sirenas que te concederían esos deseos. ¿Quieres que vayamos a verlas?, yo te dirigiré, pero ¡cuidado!, una vez consigas lo que quieres, a lo mejor no te gusta como pensabas, y no podrás volver atrás. Él aceptó y ambos partieron a las profundidades del océano. Por el camino visitaron caballitos y estrellas de mar, ostras y caracolas, delfines, algas, y corales hasta que por una gruta escondida llegaron a un paraje en la superficie. Rodeadas de dunas altísimas multitud de sirenas retozaban secándose al Sol. El elefante marino sonrió emocionado.
-Nunca habías entrado al mar, ¿verdad?, - le dijo la sirena hechicera. -¿Por qué si es tu hábitat no lo has explorado? ¿Estás seguro de que lo que deseas es lo que quieres? Pues hágase.
Inmediatamente le crecieron una trompa larguísima, unas orejas enormes, y unas patas descomunales. Ahora era un elefante mutado, con rasgos como los demás, pero con unos enormes ojos gris metálico que dejaban absolutamente intrigados a cuantos hombres lo miraban. La tristeza que habitaba en ellos venía de las profundidades del mar. Y en aquellas tierras selváticas a las que se vio trasladado nunca habían visto el mar, y por eso todos querían quedarse con él. Desde entonces, no paraba de hacer viajes del bosque a la ciudad con troncos enormes atados a su lomo, y al ritmo del látigo de esos hombres que soñaban, como él, con enormes playas plagadas de elefantes marinos, ballenas y pingüinos que nadaban a sus anchas bajo las aguas del Fin del Mundo."

El niño corrió feliz agitando el cuento hacia sus compañeros. El coleccionista de llaves se volvió hacia su compañera, y sacando un euro de su caja, le pidió otro cuento para él.

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