Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

domingo, 3 de abril de 2011

El desahogo


Aquél grupo de turistas bajó del autobús como una serpiente polícroma de cabezas múltiples y parlantes, una torre de babel precipitada al vacío con único sonido común al sobrecogedor paisaje: ¡oh! Un paisaje violado y envuelto en clics de cámaras fotográficas que perdía credibilidad por momentos a los ojos de un hombre sentado sobre una roca, que admiraba feliz la soledad del paraje. Recorrió al hombre una sacudida de desagrado e inquietud. Solitario y misántropo, lo único que lo calmaba era la nada sobre kilómetros de tierra seca, ese amarillo intenso que bajo el sol quebraba la mirada y apretaba las costillas.


No entendía por qué en aquella extensión sin atributos turísticos, ahora se apiñaba esa caterva de seres extravagantes. ¿Qué vendrían a ver?, ¿qué los hacía desplazarse hasta ese lugar donde solo podrían hacerse fotos repetidas?


Vio cómo se encaminaban todos en una misma dirección persiguiendo un paraguas rojo que el guía turístico, vestido como para cruzar el Amazonas, alzaba sobre su cabeza. Los siguió, sentía una enorme curiosidad por ver hacia donde se dirigían los pasos de ese insólito colectivo.


Caminaron varios kilómetros, y a lo lejos tras un pequeño montículo apareció una casa negra hecha de troncos calcinados, al acercarse más podía leerse un cartel sobre la puerta: “Odiero”. No supo el hombre qué pensar, ahora fue un escalofrío lo que recorrió su cuerpo al recordar viejos tiempos, no era posible que... Se acercó al guía que se había detenido para indicar a la gente que se colocase en círculo a su alrededor y antes de que empezara su discurso, con el corazón encogido, el hombre preguntó. ¿Odiero?, perdón, ¿qué significa Odiero?


A eso iba, caballero, a explicarles a to-dos qué es el Odiero. Odiero, dijo con tono resabiado desplazando la vista por cada uno de los espectadores, es el lugar donde la gente peregrina para vaciar sus odios, dicen que todo aquél que prueba quiere volver. Cuando la gente vuelca sus odios alrededor de esta casa y en ese jardín trasero, se vuelven rejuvenecidos a sus países y no solo por dentro sino también por fuera, ya saben, el cuerpo es el espejo del alma. Al enterrar todos sus odios dentro de este terreno que ahora están pisando, desaparecen todos sus males y vuelve la ilusión y curiosidad de la infancia, la felicidad a rendimiento fijo. ¿Nunca había estado aquí?, dijo dirigiéndose al hombre, usted parece del lugar, ¿nadie le había hablado de este sitio? No, dijo el hombre mintiendo, hace mucho que no hablo con nadie, vivo alejado de todo y por eso ya no odio. Pues pruébelo con nosotros, dijo el guía, porque aunque no lo crea, algún odio tendrá, ¿no?, todos los tenemos, es condición humana. Entre conmigo y ayúdeme, dijo entre autoritario y condescendiente, y desapareció tras la puerta.


El hombre lo siguió con escepticismo y un hormigueo antiguo en su interior. Entraron en una especie de solar techado lleno de palas y picos oxidados amontonados en pirámides. El guía se subió a uno de los montones y empezó a lanzarle palas y picos, cuéntelos dijo, necesitamos sesenta y dos para que cada uno tenga herramienta propia.


Cuando el guía confirmó que todo estaba preparado, el grupo se colocó en fila y fueron entrando y saliendo de la casa con una pala en la mano como trofeo. Muy bien, dijo el guía, ahora, que cada uno escoja su espacio para cavar. No hagan agujeros demasiado grandes, es mejor la profundidad, después, túmbense boca abajo, coloquen la boca en el agujero y suelten todos sus odios a las entrañas de la tierra. Si no saben qué odian: insulten, griten, desgañítense, revivan. Después vuelvan a cerrar el boquete para que los odios no escapen. ¿Llevan cada uno la semilla que les entregué?, no olviden dejarla dentro para la comprobación. Se giró hacia el hombre y le dijo. La semilla de cada uno queda junto a los odios enterrada. En estas tierras nunca llueve, que germine cualquier cosa que no sea silvestre es poco menos que imposible, pero si pasado un mes, cuando volvamos, alguno comprueba que donde puso la semilla empieza a crecer vegetación, es que sus odios no han muerto y deberá arrancar las raíces crecidas y cavar otro agujero para repetir la acción hasta que no crezca nada, de lo contrario, los días de viento las ramas de ese follaje producto del odio, susurrarían todo lo enterrado. Encima tienen que volver dentro de un mes, pensó el hombre moviendo negativamente la cabeza, negocio completo, pueden estar volviendo toda su vida, ¿cuánto les habría cobrado por todo esto?


Se pusieron a cavar; el hombre no hacía nada sólo observaba a todos aquellos trapos floreados escupir maldades a la tierra, cada uno en su idioma, él no los entendía pero podía sentir la energía de todas aquellas palabras. Después, se puso manos a la obra y cuando tuvo su agujero hecho gritó dentro: “os odio, os odio a todos los que estáis aquí y a los que volváis y a los futuros, y al jilipollas del guía explorador mucho más; se desgañitó en rabia, pero inmediatamente comprendió que el trasiego de gente iba a ser infinito, así que todas sus semillas germinarían una y otra vez y acabaría poblando aquella tierra de árboles hasta convertirla en un bosque maldito, las ramas con el viento susurrarían odio en muchos kilómetros a la redonda y todo volvería a empezar.


Se le ocurrió una idea, no pondría semilla alguna, el guía le había dado una pero la escondería en su bolsillo y así no crecería nada allí donde él pusiese su odio, pero… ¿y si la tierra se resquebrajaba de nuevo?


El hombre recordó aquel tiempo en que los rencores habían crecido tanto en el pueblo que las autoridades sin encontrar una solución real, decidieron combatir aquello de manera figurada, con imaginación, algo que sirviese para todos por igual. Crearon un espacio para combatirlo. Allí todo el mundo podría ir y depositar todo su odio, eso dijeron, dijeron que al salir de allí, solo se sentiría amor y felicidad.


Lo llamaron El Desahogo. El Desahogo fue colocado en las afueras, junto al parque eólico, una gran cantidad de terreno que permitía hacer excavaciones para meterse dentro y pelearse voluntariamente o gritar o autolesionarse pero con moderación, el caso era soltar todo el odio acumulado en el pueblo y después cerrar la zanja y olvidar todo. Pasó el tiempo y cuando parecía todo solucionado aquellas tierras se resquebrajaron con la falta de lluvia, y las grietas comenzaron a supurar el odio que llevaban dentro y que el movimiento de las aspas de los aerogeneradores expandió en todas direcciones, el viento andaba cargado de odios que sobrevolaban el pueblo y alrededores. Y aquí fue donde el pequeño e inútil poblado en medio de la nada y cubierto de odios, de repente, se hizo famoso. Empezó a llegar gente de todos los lugares: curiosos, turistas, periodistas y fotógrafos, pero el odio no podía fotografiarse ni llevarse guardado en una maleta, ni siquiera anunciarse en primera plana de ningún periódico, solo podía sentirse en el aire, en el susurrar del viento, así que poco a poco llegaron artistas y saltimbanquis, gurús y parapsicólogos, cienciólogos y ecologistas.


Los grandes museos del mundo empezaron a lanzar propuestas monetarias para comprar la idea, en un recinto cerrado daría resultado; contener el odio y encerrarlo era la mayor obra de arte que jamás nadie hubiese logrado, y trasladaron tan gran iniciativa a sus salas. El Desahogo comenzó su andadura y fue reproducido miles de veces en miles de salas huecas e insonorizadas donde la gente escupía sus odios en grandes cubos de plástico preparados al efecto ya que era imposible cavar en el suelo.


Cuando los museos se llevaron el odio del poblado y estuvieron llenos de odio en sí mismos, y los medios de comunicación también, y las vallas publicitarias anunciaban por todas partes los eventos del odio, y todo el mundo conoció y escondió y expandió el odio y el amor a la vez, todo era contradictorio en el pueblo. Había amor y nuevos odios juntos y todo volvió a ser como al principio.


El hombre se había alejado de todo y olvidado aquél asunto para siempre, vivía en la montaña pensando que todo había terminado, pero nada más lejos, porque ahora veía que la historia empezaba de nuevo.