Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

lunes, 16 de junio de 2008

Lo dicen las escrituras


Una mujer camina por la avenida de una gran ciudad, sus pasos se aceleran cada vez más, presiente que la persiguen pero no está segura, no se atreve a mirar hacia atrás así que con el corazón acelerado y sin aliento se ve corriendo calle abajo.

Ya está. Lo ha hecho desaparecer. Hace un par de horas lo ha expulsado, pero no podrá deshacerse de él tan fácilmente, por dentro no, su otro yo, ese que odia tanto y del que nunca puede deshacerse le dice que no debería haberlo hecho, no para de gritar, no la deja en paz. Es un secreto que ni siquiera podrá confesar a su esposo, el más grande de los esposos.
Desacelera el paso, ya no puede correr, se ha levantado un viento huracanado repentino, como una señal, como un presagio del castigo que puede caerle encima. La ira del que todo lo ve no es cualquier cosa. Hace tanto aire que sus pasos se vuelven en contra, tiene la sensación de andar del revés, con el cuerpo delante y los pies detrás. La calle es un tornado de polvo, bolsas de plástico, hojas secas y ramas de árbol caído. Silbidos, resonancias y golpes se alternan. Exterior, interior. Calle, conciencia. Conciencia, calle. Pero, ¿qué otra alternativa quedaba?, o eso, o renunciar para siempre al camino elegido, al camino de los elegidos, al buen camino.

La manifestación a la que acudía por autoimpuesta responsabilidad quedaba a dos manzanas y ahora sí que tendría que echar mano de todos sus recursos. Debía cambiarse de ropa cuanto antes. Le habían recomendado llevara los hábitos puestos. La ocasión lo requería. Qué no hacer para devolver el rebaño al redil, para que las ovejas descarriadas encontraran de nuevo la tierra prometida, para que el hijo pródigo regresase. ¿Era ella digna de tal misión? Sí, siempre había cumplido con todo excepto aquel día en que no entiende aún qué pudo ocurrirle, y lo de hoy…, pero lo de hoy, no cuenta, nadie lo sabe, nadie debe saberlo, y lo que no se conoce no existe. ¡Que Dios aleje de mí este cáliz!

Continuó su perorata mientras se desnudaba en los aseos de un bar concurrido y cercano a la plaza donde la esperaba esa gran y representadora manifestación. Guardó su ropa de pecado en la bolsa que con manos temblorosas preparó a conciencia y salió como alma que lleva el diablo hacia su cita con la cúpula eclesial, a estas horas ya debían haber iniciado el recorrido. Con el hábito se sentía mejor, era como si nada hubiese pasado, la apartaba de la realidad, de cualquier realidad que no fuera su fe. El aire se enredaba entre sus pies y su túnica sagrada, entre su toca y su cabeza llena de apelmazados pensamientos. Todos los elementos terrenales se habían vuelto contra ella, tropezó varias veces y a punto estuvo de caerse otras cuantas, los remolinos de polvo y la basura flotaban en el aire desprendiendo partículas que la obligaban a cerrar los ojos, o a entornarlos tanto que sólo podía intuir lo que tenía justo enfrente.
Su nerviosismo se incrementó cuando oyó los gritos de los manifestantes, ya estaba casi al lado, le dolían las entrañas, la cara le ardía y presentía una hemorragia en esa parte de su cuerpo que no debería haber compartido con nadie pero que a estas alturas no podía estar más ultrajada. Aún así prosiguió su camino combatiéndolo todo, sobreponiéndose a cualquier obstáculo, como los mártires echados a los leones, nadie debía sospechar, en la clínica le habían asegurado intimidad, privacidad, la imposibilidad de que su acto quedase aireado. Era como un secreto de confesión, el juramento de Hipócrates. Además, nadie había alegado objeción de conciencia para practicarle lo que le habían practicado, para sacarla de ese apuro. De lo contrario, su vida se hubiese ido al traste, se hubiese roto. Ella no era como cualquier mujer mundana de esas que se deshacen de los hijos por egoísmo, no, lo suyo era diferente, había elegido este camino desde muy joven, había profesado la fe para ayudar a los demás, de eso se trataba, si tuviese un hijo la expulsarían de la congregación y además, flaco favor haría a la credibilidad de la causa, ¿cómo podría propagarse con este mal ejemplo la verdad de Dios?

Bajó de la acera y dando un traspié cayó al suelo, con su hábito, su toca, su inmoralidad a cuestas, su miedo, su indefensión y su miseria. Presintió que algo malo iba a pasarle, miró hacia arriba con temor y vio un balcón del que colgaba una pancarta, por un momento se tranquilizó: “en defensa de la familia cristiana”, rezaba el cartel, y no pudo leer más porque de repente se vio atrapada entre esas mismas palabras, el aire había arrancado el letrero, se había pegado a su rostro y no la dejaba respirar.
J.E.

No hay comentarios: