Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

jueves, 19 de junio de 2008

El tercer brazo


Así se llamaba aquel bar. El Tercer Brazo. Me atrajo su nombre porque tenía que ver conmigo, con algo escondido a lo que me había familiarizado a fuerza de años y costumbre. Un brazo secreto. Un brazo fantasma que operaba en una dimensión indetectable. Desde que yo pueda recordar lo había sentido así, pegado a mí como una protuberancia que saliera de mi pecho.
Aquella extraña sensación me había perseguido siempre y fue la desencadenante de una serie de viajes estrambótico extravagantes por los rincones más ignotos del país. Con tan sólo diez años había visitado tantos especialistas en medicina tradicional, holística, naturistas, iridólogos, parapsicólogos y chamanes como mi madre pudo reunir en todo el perímetro nacional, y no llegó al extranjero por falta de medios y de idioma. Me convertí en un pequeño freak pero entonces aún no lo sabía. Cuantos médicos consultamos coincidieron en lo mismo. Mi caso no era aislado pero sí poco habitual. No lograban explicarse un miembro falso en alguien tan pequeño y que pudiese presentar los mismos síntomas que padecían los adultos con miembros amputados. Es carne de psiquiatra, vaticinaron la mayoría, pero mi madre odiaba esa disciplina y se negó en rotundo a que visitara correctores o normalizadores urbanos como ella los llamaba. No, eso nunca. Así que nunca conseguimos un diagnóstico claro y yo continué creciendo con mis dos brazos de carne y hueso, y ese otro apéndice incierto tan real como los dos anteriores.
Encontrarme aquel bar fue una premonición más que una casualidad. Intuía que tenía que ser por algo y de hecho fue así. Yo también tenía aquello a lo que el nombre hacía referencia. La gente no lo veía ni yo tampoco, pero existía en cualquiera de mis actos. A veces, mientras los brazos visibles me humillaban y gesticulaban en un ademán de “lo siento”, el otro brazo, el que yo sentía desplegarse desde mi pecho levantaba el puño más rebelde. En cambio, en otras ocasiones, mis brazos pedían guerra, y era él, el fantasma, el que terminaba apaciguándome.

Desde que lo atravesé por primera vez, “El Tercer Brazo” se había convertido en el cuartel general de mis noches por la fauna que entre el atardecer y el crepúsculo se arremolinaba en él. Era como coger el mando de la televisión y pasar muy deprisa imágenes de cuantos canales se estuviesen emitiendo. Todos mezclados daban como resultado un Zapping surrealista del que no se podía salir, de hecho, era apodado así por algunos de los clientes y también con el sobrenombre de túnel por lo inesperado e imprevisible que podía resultar cada momento en aquél lugar y los distintos giros que daban las noches allí metido.
El procedimiento era el siguiente. Llegar, pedir en la barra y saludar a los incondicionales. Escanear personajes nuevos y dirigir a la vez la mirada hacia las mesas que según la hora podían estar desiertas. Después, sentarse en el caso de que esto fuera posible, y colocar estratégicamente una silla vacía al lado. Esperar. A partir de ahí el espectáculo estaba servido, los personajes irían sentándose unos tras otros a lo largo de la noche. Gente sin profesión conocida, opositores perpetuos, diseñadores, bailarines, actores, atrezzistas, funcionarios, técnicos de televisión, peluqueros, djs japoneses, y hasta un saltimbanqui chileno de los que visitan cualquier país menos el suyo. Pero las reinas de la noche, las auténticas protagonistas, eran dos hermanas que solían llegar casi a la vez y que a su primer contacto con el alcohol enloquecían y quedaban poseídas por espíritus extraños, a veces extraterrestres, y otras veces tan terrestres, que sentías lástima por ellas aunque no podías dejar de disfrutar con tanta confusión. Junto a todos ellos, el equipo de camareros hacía honor a aquél que los había elegido. El dueño. El personaje entre los personajes. Ese que llegó a conseguir que me sintiese normal por primera. Aquel bar fue encontrar un brazo gemelo a mi tercer brazo pero todavía no sabía muy bien por qué.
El mundo quedaba detenido fuera, y esa otra sociedad de la que yo formaba parte y que sólo existía dentro de aquel local me había atrapado sin darme cuenta y sin vuelta atrás. Y fue allí, a puerta cerrada, una noche cualquiera, cuando el dueño del local me dio la clave del enigma que llevaba atormentándome tanto tiempo. Me dijo que yo no era yo y que nunca lo había sido. Que él no era él, ni los otros los otros. Que me estaban esperando como todavía esperaban a muchos más. Entonces lo comprendí. Todos tenían un miembro fantasma como yo, y conmigo, aún no se había cerrado el ciclo.
J.E.

2 comentarios:

Txau dijo...

el tercer brazo, el tercer brazo...
menuda fauna mutante!

Txau dijo...

el tercer brazo, el tercer brazo...
menuda fauna mutante!