Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

lunes, 23 de junio de 2008

Detener el viento


Era la primera vez que alquilaba una de las habitaciones de mi casa. Me sentía sólo e inseguro desde que mi novia me abandonó. Me acusó de no quererla lo suficiente y de no responder a sus necesidades sexuales. Su último estoque, preguntar si no me había planteado que, a lo mejor, lo mío eran los hombres y no me había dado cuenta me dejó confuso. La falta de carácter para tomar decisiones drásticas, la propensión a dejarme llevar por las circunstancias de la vida sin ofrecer resistencia, y una desafortunada inapetencia de sexo no me convertían en homosexual. Y aunque pensaba y casi estaba seguro de que no era así, la verdad, es que nunca me había planteado esta cuestión. A lo mejor hasta tenía razón ella y yo no lo sabía. Empecé a dudar, y a mirar con recelo a los hombres y mujeres con los que trataba a diario, y a preguntarme si me gustaría iniciar una relación con cualquiera de ellos. Esto influyó también a la hora de elegir a mi nuevo inquilino.

Al anuncio que puse se presentaron dos personas. Una mujer guapa y agradable con la que me atemoricé y no me sentí cómodo. Y un hombre de mirada esquiva y evidente timidez que me agradó nada más verlo y decidí alquilárselo a él. Parecía tan indefenso como yo y su forma de hablar captó mi atención de inmediato. Según él, practicaba la indiferencia para no verse sorprendido por los acontecimientos. Decía que era una actitud premeditada y aprendida que daba sus frutos, la mayoría de la gente se agotaba siempre antes de poder provocarle el menor daño. Me daba mucho que pensar todas esas cosas que decía y solía sacarme de ese universo de gente corriente y vulgar que era el mío donde yo no era nadie y los demás tampoco. El trabajo y mi casa. Mi casa y el trabajo. Los fines de semana, descanso. Después, otra vez igual. Siempre lo mismo. Se estableció entre nosotros una dependencia poco habitual. Él siempre estaba en casa, practicaba el arte de no hacer nada o de crear, que para el común de los mortales era lo mismo. De todas formas, yo sabía que no era lo que cotidianamente se pueda entender por una persona normal, no podía imaginar de donde sacaba el dinero para pagarme, ni siquiera le había preguntado a qué se dedicaba, pero no importaba, sólo sentía que necesitaba estar a su lado, cada vez por más tiempo. ¿Había comenzado mi homosexualidad?, no porque no lo deseaba sexualmente, pero en mí obraron demasiados cambios como para quedarme tranquilo. Primero comencé llegando tarde a trabajar, después dejé de rendir en el trabajo. Finalmente terminé por no presentarme y me despidieron. A partir de ahí entré en la espiral del inquilino. La gente me hablaba y no podía retener nada de lo que decían, sólo podía pensar en lo que me contaba él. Experimentar con las cosas que me enseñaba. Era un tipo tan raro y especial, era alguien sin ser nadie y yo tenía que aprender eso, quería ser así. Su mirada transparente y su aspecto de niño me enternecían sin saber por qué. Había en él ausencias, períodos en los que no estaba conmigo aunque estuviese a su lado, en los que le hablaba y su rostro quedaba impasible hasta que mucho más tarde respondía a aquello de lo que ni siquiera recordaba haberle preguntado.
Me pidió permiso para escribir en la pared de su habitación frases y normas que había decidido imponerse día a día. Era un poeta enfermo de su propia poesía. Su excentricidad me divertía y a veces me exasperaba pero me gustaba tanto estar con él, hasta llegué a pensar que me estaba enamorando y que la teoría de mi exnovia comenzaba a ser real.
Pegado a su ordenador y a las paredes en las que se definía, andaba obsesionado con la climatología, los cambios atmosféricos y la transmigración de las almas. Decía que él no existía, que era viento y que cuando se marchase no debía intentar retenerlo. Yo no lo entendía pero asentía con placer a todas sus extravagancias.

Un día de mucho viento me dijo: “hoy me siento extraño, lo huelo en el aire” y sin despedirse ni decir nada más se marchó. Desde entonces no he vuelto a saber de él. Lo único que hago ahora es leer y releer lo último que escribió antes de marcharse.

“Esta madrugada el viento amaneció herido, corrió desesperado hacia todas partes, en todas direcciones, enloqueció árboles, atravesó la ciudad y llegó hasta aquí. Sabía que me buscaría, siempre lo hace. Entró y salió con brusquedad dando alaridos de perturbado, bramando mi nombre entre silbidos diabólicos hasta que me ha encontrado.
Esté donde esté siempre me encuentra, pero esta vez no quería que lo hiciese. Lo he esperado escondido bajo las sábanas, con la almohada cubriéndome la cabeza para no escucharlo, sabía que en cuanto lo oyera, ocuparía mi alma como tantas otras veces”.

Vuelvo a estar sólo. Cada día en la pared de mí habitación escribo: “no puedo detener el viento”, y entonces me siento él, me siento alguien…
J.E.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha chiflado, no te digo más.