Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

viernes, 30 de mayo de 2008

Algo habitual


Cuando creyó que ya se había levantado, vestido y desayunado, se despertó. Llegaba tarde. Saltó de la cama por el lado contrario al habitual y sobrecogido miró hacia atrás como si alguien le hubiese empujado. ¿Cómo podía haber cometido semejante error? Creía en las señales y ésta la interpretó como un mal presagio.
Después, quiso ir al cuarto de baño pero sin saber porqué acabó en el comedor. Volvía a alterar el orden de las cosas y, por un instante, tuvo la sensación de que no era él quien dirigía sus movimientos. Pensó en regresar a su habitación y volverse a acostar, levantarse de nuevo y empezar con mejor pie, pero sus pies y con ellos él, tomaron otro camino.
La gente lo miraba sorprendida. Pasearse en pijama y zapatillas por las calles más céntricas de la ciudad no era lo más normal pero no podía hacer otra cosa. Sólo andar, andar deprisa, andar sin mirar, andar sin pensar, llegar, llegar cuanto antes a ese lugar que sus pies, contra su voluntad, le habían destinado.
En la oficina todo era extraño. Observó cada una de las cosas como si las viera por primera vez. Los focos de luz empotrados en el techo se le antojaron cámaras de vigilancia oculta. Donde antes se situaban las mesas de sus compañeros, ahora unas estructuras metálicas saturadas de objetos inútiles ocupaban su lugar. Finalmente, sólo quedaban dos mesas que parecían haber sobrevivido a todo aquél desbarajuste. Debían ser, la de otro compañero que por algún motivo no se encontraba allí, y la suya.
Se sentó con desconfianza en la que intuyó podía pertenecerle y encendió el ordenador con la plena convicción de que aquellos focos, a los que no se atrevía a mirar, lo estaban espiando. Introdujo su número y su clave secreta. “Código y clave incorrecta” le amenazó el ordenador. Tecleó de nuevo sus datos tan lentamente que equivocarse rozaba ya el territorio de lo imposible pero el mensaje se repitió: “código y clave incorrecta”.
Se levantó nervioso y se asomó al balcón que ahora quedaba justo al lado de su mesa. ¿Por qué le resultaba imposible abandonar aquella sensación de irrealidad? Estaba tan cansado. Seguramente, el estrés le estaba jugando otra de sus malas pasadas.
Las ganas de vomitar lo sacaron de allí. Arrastró primero sus pies y luego su cerebro pero no fue capaz de encontrar los servicios. De repente se había perdido en un pasillo que no recordaba. Vomitó en el suelo y volvió sobre sus pasos.
Entró de nuevo en el despacho y allí, de pie y no dando crédito a lo que estaba viendo, dejó escapar un gritó de estupor. Era él mismo sentado en su ordenador manejándolo perfectamente, trabajando como si tal cosa pero con treinta años menos.
Y entonces lo recordó. Recordó cuánto había deseado aquella merecida jubilación. Cómo le felicitaron todos aquellos hijos de puta que le habían hecho la vida imposible durante tantos años. Recordó que él ya no trabajaba allí.
J.E.

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