Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

jueves, 22 de mayo de 2008

La Frontera


Hay casas vacías en las que un grito sólo es un eco en el espacio, una voz que se pierde en otra dimensión, una voz que desaparece en el aire. En cambio otras disponen de habitaciones amuebladas hasta el último rincón y además, forman parte del territorio de un castillo, un castillo encantado de tesoros y secretos, pero en éstas, también se pierde la voz.
Su voz interior era más fuerte que la que pudiera oírse a través de su boca, esa boca que yo había amado y odiado al mismo tiempo como todo lo que habitaba en él. Su personalidad me hizo esperar lo peor, sin embargo, no volvió la mirada cuando le hablé, esa mirada que envolvía cuanto quería que le perteneciese y que dotada de poderes sobre mí imponía órdenes sin mediar palabra.
Sufrí con él cuantas derrotas pudieran asumirse luchando en las mismas batallas una y otra vez, pero vivíamos los acontecimientos en distintas e inconexas realidades, él, desde la intangible, yo desde la palpable, a tientas, con las manos extendidas por si tropezaba con algo, con el miedo colgado en las entrañas por si me equivocaba. Era absurdo, ahora veo que no podía tropezar ni equivocarme porque mi pensamiento, dirigido por su mente, nunca sabía hacia qué ni a dónde iba, pero iba.
No me reconocía en ese comportamiento pero esa también era yo. Me había pillado desprevenida. El amor era lo primero y por él podía sacrificarlo todo. Yo, corazón negado a la idolatría de la noche a la mañana alabando al becerro de oro, a la bestia de las bestias, al tótem sagrado que había impuesto sobre mí su pensamiento equivocado.
Y las paredes de esa casa que había convertido en horizonte, en frontera lejana y desdibujada, azul y azul, morada y naranja, invisible a veces, era ahora un horizonte tan cercano y recto, tan amenazante y desolador como un camino cortado que no desemboca en nada, y cuando nada se espera nada se teme, y yo nada temía en mi determinación porque había comprendido que era hiedra enredada, musgo escondido, tierra atrapada entre las raíces de un árbol que se aferraba con garras de animal para no ser arrastrado cuando el viento azotase en su contra. Había perdido mi voz.
Uno nunca sabe porqué hace las cosas cuando ha rebasado determinado límite. Esa línea divisoria que lo cambia todo, esa que una vez traspasada ya no tiene vuelta atrás. No encontraba nada que decirle después de la verdad. Era una verdad cruel como casi todas las verdades y al mismo tiempo justa, justa dentro de ea justicia inventada que suele cambiar según la época, el país, la religión o el gobierno. Moral, dentro también de lo que se quiera entender por moralidad.
Ya no te quiero, le dije. Y quise recoger mis palabras después de haberlas pronunciado, pero quedaron flotando en el aire sin respuesta, se perdió mi voz en nuestra casa deshabitada, en nuestro castillo encantado. Él no contestó, ni se volvió, su espalda era todo lo que podía ver, su inmovilidad me hizo adivinar su expresión. Tuve miedo pero había traspasado la frontera.
J.E.

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