Neradas
Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.
J.E.
Olvidémoslo todo, hagamos de nuestra capa un sayo, que corra el aire por debajo de telas espesas que recubren cuerpos livianos. Sujetémonos a las puertas que el abril está llegando, que el abril recorrerá con su viento los entresijos de las colmenas y las abejas reinas rellenarán de miel los panales. En los pantanos las aguas se pudrieron y el olor pestilente se extiende entre las flores de los cerezos, entre el azahar y los jazmines. Alfajores cocinaron las abuelas para endulzar el momento, los rellenaron con la miel de las reinas que aún andaban pegadas al panal. Allá arriba, vi a los hombres escafandra con sus viseras y cristalitos asomando amarillos los ojos suplicantes. Hay que cambiar los panales. Espeso está todo y hay que fluir, calor, el calor se adelanta, y el trabajo… verdad, dicen las mujerucas del pueblo, ¿verdad que hacía años la meta estaba en otras partes? Filete de una endiablada carne de vaca loca trajeron ayer los hombres, después de la tala, y la esquila, y las caponadas. Ya anduvieron segándole los huevos a los corderos. Estambul refulgía entre azules y tés de manzana, licores secos. Grotesco fue el organillo que tocaba aquél viejo frente a la iglesia. No era un laúd de aguja entre cuerdas sino teclas de mármol lo que tocaban aquellas manos. Después la abeja se posó con su aguijón en el extremo de aquél laúd, se mezclaron los instrumentos, avellana era el color de todos ellos, madera de fruto seco secada al sol. Los maizales despellejados. Abedul de dulces hojas arrastraba su calva contra el suelo y el viento amarillo con su calor encogido iba dando cabezazos hasta llegar al río y en el río los hombres y entre los hombres el músico y ante la iglesia que antes fue mezquita, Estambul resplandece de azules. El Bósforo gira en una esquina tumbando un barco, un cántaro, una fuente de pescados y el sombrero de un sufí flotando alegre camino del palacio con la miopía de los sombreros que, sin cabeza, no saben a dónde miran, sólo van hacia donde los lleva la corriente. Deshagámonos de todo, basta con los corderos que cabecean sobre la mesa y las tostadas de abeja reina rechinando entre los dientes.
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