Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

domingo, 5 de febrero de 2012

Anoche soñó Margarita con su abuela



Se acostó a las seis y soñó deprisa, tenía prisa por eternizar la noche y levantarse. Se levantó a las seis pero de la tarde. ¿Cómo era posible?, doce horas durmiendo. Encendió una luz, volvía a ser de noche, la luz avanzaba hacia la puerta y reflejaba en los muebles del exterior. Una sola luz para ambientar un día perdido. Intentó recordar lo vivido en el sueño, también era vida eso. Dislocada, Margarita corría hacia el autobús que la llevaría al pueblo. Tanto tiempo sin aparecer por allí. Miró fijamente a través del cristal y todo lo que vio fueron ancianos. Intentó, la mirada quieta, intentó sobre sacar entre los pliegues de piel aquellos rostros de pasado, tersos. Los ojos antiguos de ahora destellaban algún reflejo de antaño escondido en las pupilas. Esos espejos azules que de su padre recordaba. Cuando los miraba, todos los campos florecían, todas las semillas germinaban. No te detengas, se dijo. Bajó del autobús y perdió el equilibrio, las aspas de los molinos ahora eran eólicas y cortaban de cuajo a las aves curiosas, el movimiento despierta se dijo Margarita, y sin fijar más la mirada caminó con una ristra de niños nuevos detrás. Eran los supervivientes de ese desastre. Un pueblo abandonado. Dónde está la palabra, la palabra mágica que deshaga el encanto y devuelva la vida a estos campos. Se quitó la escafandra de la ciudad y a cuerpo descubierto pudo ver mejor. No estaba muerto el pueblo. Era ella, la muerte, quien había ido a visitarlos. Llevaba harapos de largas telas superpuestos y zapatillas de diseño. Nadie entendió su look, pensaron que le había ido mal y por eso volvía con ellos. Resolvió el acertijo. Entró en la casa de la abuela, su abuela y la abuela de todos. La miró detenidamente, sus pasos no eran cortos ni los movimientos lentos. Estaba contenta de verla. Sonreía con los pocos dientes que conservaba. Tras las mellas el tiempo detenido, la mecedora, los vaivenes en canturreos junto a la ventana esperando al abuelo que nunca llegaba. Bromeaba, estará perdido por ahí, y las dos sabían que sí lo estaba. La abuela era mujer de las de antes, de las de siempre y de las de ahora. Tras su chal sobre los hombros respiraban perchas de antaño que la sujetaban a la tierra, esa tierra que ella explicaba con terrones de azúcar que echaba en la malta, el café es malo, decía, hace decir mentiras a las niñas. La abuela soltó las mariposas que tenía atrapadas en un tarro. Cerraba las ventanas, las puertas, encendía las luces y soltaba las mariposas que enloquecidas revoloteaban alrededor de las lámparas con ruido opaco. Anoche soñó Margarita con su abuela y se fue al pueblo por eso tardó tanto en despertar, no quería despedirse de ella.

No hay comentarios: