
Incesantemente cosía y cosía aquél traje que la traía loca, era de piedras preciosas por arriba y gasas a caballo entre la cintura y los tobillos, sin riendas enhebraba y desenhebraba, hacía nudos, volvía del revés la tela, se la ponía encima. Indómito el tejido quedaba tieso sobre sus rodillas como una coraza más que un traje, pero daba igual, le habían dicho que no sabía coser, que lo encargase en la tienda y no le dio la gana. Avellanas de piedras preciosas, eso es lo que había hecho, qué pasa, son piedras vulnerables del bosque y no de la mina, con esas cortezas unidas por el hilo hasta tendría sonido, un traje con sonido, y por qué no, no hay gente que escucha colores y ve sonidos, pues ya está. Belicoso se retorcía el tejido creyendo ser una escafandra o un chaleco antibalas y por qué, pues porque los trajes de noche no se hicieron para las avellanas. Tranquilos que aún hay más, la seda de abajo será de papeles de fumar, semitransparentes, después los colorearé con sprays de colores, será el traje más bello y lo envidiarán, así se les caigan los dientes a los que no creyeron en mis manos. Volvió a voltear la tela y ya iba tomando forma. Tejados a base de cáscaras, tejados, aullidos. Sería un traje vivo, animal, con antenas que escucharán lo que la gente dijera de él. Jirones de seda de papel de fumar volarán entre las piernas de la afortunada a la que dé en el blanco. La lotería de los trajes. No sé lo que harán los demás pero el mío, os aseguro, no pasará desapercibido.
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