Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

martes, 12 de mayo de 2009

La música no siempre amansa a las fieras


En el metro, al caer la tarde, en plena hora punta y en medio de la estación central, entre dos carteles de publicidad invitando a viajar al lejano oriente con vistas de pagodas, ríos con casas de madera en las orillas y budas de oro vistos desde el cielo, colocó su banqueta el violinista. Abrió la cremallera de la funda de su violín, y sin soltarlo, la colocó en el suelo abierta para recoger las monedas que le fuesen echando. Se sentó despacio, con ceremonia, vapuleando con gracia y por costumbre la cola de chaqué recién planchado para la ocasión, colocó su mentón sobre la barriga de su Stradivarius relajó el hombro y comenzó a tocar arrancando con la chacona de la Partita número 2 en Re menor de Juan Sebastián Bach.

Con arqueos de placer, atrapando entre hombro y barbilla cada nota, presionando el instrumento contra su cuello, se prolongaba el violinista sobre su violín hasta donde éste terminaba, allá donde las clavijas tensaban sus cuerdas, y donde su mano derecha, crispada en una danza como de patas de araña sentía cada vibración en el responder agudo, soberbio y tortuoso de la destreza de la otra mano, la izquierda, la que con los dedos describiendo una eme y empujados por un pulgar firme sujetaban la vara mágica que entrechocaba las cuerdas en el centro, rozándolas, rascándolas, puliéndolas con suavidad y con violencia, con ojos entrecerrados y gesto poseído por una muerte dulce, una mueca de dolor y delicia, regodeo y éxtasis.

La gente pasaba junto a él deprisa, a sus cosas, sin pararse, algunos le lanzaban alguna moneda mientras pasaban de largo, de vez en cuando alguien se paraba unos segundos junto a él para reanudar la marcha. Varios niños ralentizaron el paso de sus padres atraídos por la música. Dos policías le pidieron los papeles. Un par de mendigos se sentaron junto a él para alegrarse el día. Un ejecutivo depositó junto a la funda salpicada de céntimos de moneda una caja con un “Big mac” de MacDonalds y se alejó sin mirar por si ofendía. Una mujer de mediana edad dejó en el suelo una bufanda que pensaba regalar a su yerno. Un grupo de adolescentes lanzaron cigarros pero al no acertar en la funda rodaron hacia el par de mendigos que se los fumaron tranquilamente. Un mochilero arrojó un bonometro al que le quedaba un viaje.

El violinista seguía tocando extrañado por la ausencia de aplausos, por no importarle las toses, las melodías de móviles, las voces y el griterío. Se sentía mucho más feliz que la noche anterior en el gran teatro con el aforo completo. Para él también fue un descubrimiento. No había perdido su vocación.

Al día siguiente, un titular en todos los periódicos. La mayoría de los que había pasado ante el violinista el día anterior llevaba uno bajo el brazo, rezaba así:

“LA BELLEZA PASA DESAPERCIBIDA
Un virtuoso con un violín Stradivarius tasado en 3’5 millones de dólares, no logra llamar la atención de los viajeros del metro”

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