Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Cuando el Sol se vuelve cuadrado

El pueblo era tan esquemático en sus costumbres que todo era allí cuadriculado. Todo tenía medida y límites, nada se permitía a la improvisación. El Sol salía todas las mañanas y era el motor para empezar a trabajar: sembraban, araban, esperaban o recogían el fruto según la estación. Cuando el Sol se ponía: paseaban, cenaban y se iban a dormir hasta el día siguiente y así sucedió durante años y años, tantos, que era imposible pensar que hubiese otro tipo de vida en cualquier otro lugar, hasta que una noche llegó aquel extraño personaje con sus premoniciones y teorías. No solía equivocarse, así que cuando vaticinaba que iba a llover, el cielo se cubría, las nubes se entrelazaban unas a otras y obedecían humildemente a su premonición. Otras veces, bastaba con que mirara a alguien detenidamente o hiciese un comentario desafortunado hacia cualquier persona para que ésta entrase en desgracia, preveía noticias y solía acertar tan de lleno que el pueblo entero empezó a esquivarlo. Si él aparecía por una esquina, inmediatamente quedaba desierta toda la calle, hasta los animales de los distintos corrales, mimetizados con sus dueños corrían locamente en contradirección cuando él se acercaba. Así ocurrió que desde donde él estaba instalado hasta la otra parte del pueblo, justo en las afueras, no había nadie.

Cuando el hombre empezó a sentir soledad, decidió hacer algo para volver a ganarse la confianza de la gente. Maquinó un plan. En vez de adelantar acontecimientos como había hecho hasta ahora, daría rodeos de esquina a esquina del pueblo con una gran pancarta en la que haría saber sólo lo que ocurriese en el pueblo de al lado.

El primer día se puso manos a la obra. Cortó un cuadrado de tela blanca de una sábana, cosió los extremos a dos ramas de árbol, y escribió con letra gigante para que desde muy lejos pudiera leerse con facilidad: “EN EL PUEBLO DE AL LADO VEN EL SOL CUADRADO”. Paseó por las calles sin gente alzando cuanto podía su pancarta para que desde cualquier ventana o rincón, cualquiera pudiese leerla. No obtuvo resultado. Al día siguiente se le ocurrió otra idea y probó a colocar la pancarta fija en la plaza del pueblo atada a los mástiles del Ayuntamiento y alejarse para que todos se acercaran sin temor a leerla, después se recluiría en su casa hasta ver resultados.

Atardecía y el Sol estaba ya tan bajo que casi podía tocarse con las manos. Vista desde lejos, la pancarta cubría justo el centro del Sol y sólo por los lados asomaban los rayos amarillos, tan acumulados en cada esquina, que aquello parecía el ojo de Dios bajado directamente del cielo. Horas más tarde, una comitiva aterrorizada del pueblo de al lado se adentró en la plaza gritando que el Sol se había vuelto cuadrado. Sólo había luz en las esquinas y en el centro había anochecido, en el centro todo eran sombras.

El hombre, permaneció escondido. No se atrevía a salir de la casa. Por primera vez no sabía vaticinar lo que ocurriría después de su nefasta idea, pues no sólo veía imposible recuperar a sus vecinos sino que ahora el pueblo de al lado también lo rechazaría. Cuando el Sol se escondió definitivamente, se reunieron en la plaza los vecinos de ambos pueblos con palos y antorchas. Quemaron la pancarta y acudieron a casa del extraño, la quemaron también, sin piedad y sin remordimientos. Había que salvar las tierras por encima de todo. No podían permitirse un Sol cuadrado. Cuando amaneció, respiraron tranquilos. Todo solucionado. El Sol volvía a ser redondo como siempre.

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