Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Otros escenarios


El poeta se ha establecido en el solar donde vive el hombre del sombrero, y como ha llegado el otoño, han colocado junto a la pared trasera de la fachada de un edificio antiguo ahora derruido, un falso muro a base de cartones y palets que han recogido en el mercadillo. Desde fuera es un decorado de lo más teatral. Todo el que pasa vuelve la vista y los mira con curiosidad, o se para y los observa con expectación. Desde dentro, ellos ven a los de fuera parar o mirar sobre un decorado de realidad; gente con cosas que hacer que van de aquí para allá y reversos de otras fincas con más suerte que la suya y que todavía están en pie con todos sus inquilinos dentro, -incluidos los del “osta Olaf” del número cinco cuyo cartel de reclamo torcido por un trozo de celo que perdió goma, parece haber perdido también la “hache” y la “ele” en el desprendimiento-. El primer día que el poeta vio el rótulo, consultó un diccionario pensando que había descubierto una palabra nueva. Y así fue. Osta: “Conjunto de cabos o aparejos con que se sujetan y manejan los cangrejos”. Pero observó que dicha definición no se correspondía con el trasiego de gente negra, ropa de colores y hatillos enormes que entraba y salía de aquél lugar, ¿o sí?..., en fin, cosas de barrio multirracial. El caso es que todas las mañanas, desde su tumbona de tela palestina atada entre dos árboles, hamaquea jugando a adivinar la vida de esos personajes que suben y bajan de su “osta” con andares de cangrejo por si las moscas . El poeta cree haber encontrado aquí su lugar. El viento ya no lo atrapa, y cada noche junto a su compañero, enciende una hoguera que lo remonta a su juventud, y a esa libertad interna que había dejado de sentir hacía ya tanto tiempo…
El poeta y el hombre del sombrero, organizan hoy una fiesta de inauguración de su nuevo espacio-casa en el solar de las “futuras unifamilares” y así lo han hecho constar en unas papeletas que han confeccionado a modo de invitación. Un estudiante de diseño, amiguete suyo, las ha transformado en brillantes y coloridos flyers que ellos han repartido orgullosos a su gente. Antes de que las grúas vengan a deconstruir para construir de nuevo, piensan hacer más fiestas, pero ésta es la primera y han decidido currárselo bien. En esa única pared de la que disponen, con cinco surcos de altura, sombra en zig-zag de escaleras inexistentes, restos de tuberías de cocina, y azulejos de baños pretéritos, ellos ocupan la planta baja y eso les da mucho juego. En la planta baja, el empapelado está menos estropeado y muestra motivos florales: ramilletes octogonales, cilíndricos, poliédricos y fusiformes que dan aire familiar. Junto a la pared, objetos y utensilios encontrados al azar, ahora conforman el espacio donde viven. Espacio de tres dimensiones donde los dos hombres, la pared, y esos objetos encontrados adheridos a ésta forman una maqueta perfecta de piso piloto al aire libre simulando un comedor cualquiera de ese edificio o de los que todavía están en pie.
Los palets apilados como alero para protegerse del frío y el viento, colocados en vertical, hacen a su vez de librería. Allí han colocado revistas regaladas de distintos establecimientos, periódicos gratuitos y libros que han ido recopilando de distintos contenedores de basura en otros barrios y vertederos cercanos. Ya cuentan con dos ejemplares del Quijote, una Celestina, un Don Juan, La Ilíada, La Odisea, y un retrato de Dorian Gray. Todas las noches encienden su hoguera en la que cocinan restos caducados de supermercado y fruta abandonada a su suerte tras la recogida del mercado, pero hoy se han esmerado y están preparando cabezas de cordero a la brasa y un cocido, que si sobra, mañana freirán. Se han hecho especialistas en fruta asada y “Ropa Vieja” como algunos llaman a los restos de cocido frito. Sus amigos lo saben y algunos peregrinos de la noche también –siempre hay un plato para el que pasa por allí y quiere probar-. No hay una hora concreta, pero conforme los invitados van llegando dejan regalos improvisados junto al poema que el poeta ha escrito en el suelo a modo de bienvenida: “Nos identifica, nos define por unanimidad a unos cuantos. Apetito destructor de rutinas. Sueños rotos reemplazados por rompesuelas de mote misterioso y nombre de pensión o cafetín. El mundo es la casa de los que no la tienen, lo dicen Las Mil y Una Noches. Sea pues. Humo vagabundo y hospitalario para el que quiera viajar sin moverse del sitio. Para todos los que dudan... Entrad en nuestro laberinto, y comed. Plato del día: Cabezas de Carnero Pensativo y cocido que mañana será ropa vieja”.

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