Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

viernes, 6 de enero de 2012

Pequeñas y grandes mujeres o viceversa

1898. Nadie se perdió. Todos supieron que fui yo. Ese es mi número de empleada. 1898. Ese año se inventó el cine y fue la guerra de Cuba, y mi bisabuelo conoció a mi bisabuela y ahora yo tengo ese número que me identifica. Todos saben que fui yo. Por los laberintos de la red hice correr un rumor, no pensé que me descubrirían porque no pensé nada. La máquina, yo, y de su subconsciente Freud hacía de las suyas y mandaba olas de odio hacia los que lo dominaban todo. Ya no sonaba Schubert, no estábamos con los nazis, ni yo era la muerte, ni la doncella. Hitler había nacido aquél año, sí, tan sólo era un bebé gordo y chillón pendiente de la teta de su madre. No le había nacido el bigote ni las malas entrañas todavía. Era un niño que más tarde querría ser pintor, como muchos, lo que no sabía el mundo ni él, es que pintaría con sangre de muchos, muchos años después. Los presagios en mi mensaje, en mi mal bulo indentificaban a los de arriba con ese niño pintor que tantos psicólogos estudiarían después. Cómo se me pudo ocurrir aquello y cómo no pensé que me pillarían por esa fatídica fecha y ese fatídico número idéntico. Un filósofo dijo sobre esas fechas que la verdad había muerto sepultada en las muertes venideras. Agasajó las torturas como su Dios, según él, sobraba mucha gente. Los de arriba son así, les sobre mucha gente. Las mujeres a sus lados parecían tomar cuerpo pero no eran más que meras marionetas bailando a su alrededor. Esas mujeres que nada tenían que ver conmigo y los que nos rodeaban ahora. Sin voz ni voto. Sin nada más que el poder a través de sus horribles maridos. Por eso lo hice, quise bajarlas de su pedestal, que se diesen cuenta que sus vidas eran como esas imágenes trucadas de Fotoshop proyectadas sobre una pantalla intercambiable. Imágenes proyectadas sobre edificios y museos como si fuese arte, un arte que ellas no entendían pero aplaudían en público como un bello reflejo de su disimulada incultura. Para ellas creé yo estas imágenes que ahora me costarán un expediente, una suspensión de empleo y sueldo. Bueno, y qué, ya no tiene remedio; asumiré la culpa y lloraré en la cola del paro pero ellas no olvidarán jamás aquello que vieron en sus casas, en los televisores, en los telediarios de la noche cuando a punto de cenar, al cerrar los ojos y pensar que podrían haber hecho otras… Sin cuerpo, a esas horas iban a dormir después sin cuerpo, sin sangre, transparentes por fuera y negras y carcomidas por dentro y se preguntarían una vez más si valió la pena. A mí, verdaderamente me la valió.


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