Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

lunes, 16 de enero de 2012

2012. FIN.



Nadie avisó de lo que iba a ocurrir pero todos estaban alertas, un sexto sentido, un fluir diferente en las cosas los hizo estar atentos. Nadie llegó a tiempo, el cambio se había precipitado sobre ellos apenas con un pálpito. Aquella mañana sobre lo previsto nadie salió de la ciudad. En las ventanas de los edificios solo había una pesada niebla que se arrastraba. Era marzo y las nieves heladas andaban derritiéndose y haciendo de las suyas. Todo era blanco y marrón. No quería escuchar más el sonido de aquellas pequeñas cascadas que el agua formaba en las rejillas del suelo, esos desagües comunes por los que se escapaba la música de la ciudad. Los ronroneos de motores de coches y camiones, las sirenas de bomberos y ambulancias, el tic-tac de los semáforos para ciegos y las palabras de la gente que se iban en un vaho constante. Aquella mañana parecía que todos los vahos del universo se habían unificado para tapar las ventanas a lo que se aproximaba. Nadie salió de sus casas. Sin árboles ni nada a la vista, encerrados entre opacidades de cristal hueco escucharon sin ver. Enroscados en sus camas esperaron lo peor, pero nada llegaba. Torcidos eran los sentidos, sabían que no saldrían de allí, pero tampoco pasaba nada. Un gran estruendo, una explosión gigante y silencio, el ruido del silencio que lo acaparaba todo. Ni los niños lloraban bajo el peso del miedo, ni los perros ladraban ante el desconcierto, ni los pájaros bajo el peso de la atmósfera soltaron un solo trino. Aturdidos movían las plumas muy deprisa pero comprobaron que la nieve, desmembrados tenía a cuantos seres vivos habían quedado debajo. Los árboles enterrados apenas asomaban ni una hoja, ni una pequeña rama. El alud. Si se atrevieran el sol y la luna a juntarse de repente quizá se derretiría todo. Deprisa, deprisa, corred. A tocar esa tecla que solo vosotros podéis tocar. El órgano de la iglesia del barrio sonó. La única melodía estridente y loca que sonaba cerca, el jorobado de Notre Dame o cualquier fantasma del pasado se había puesto a tocar enfebrecido la melodía que detiene el aire y congela la maquinaria de esta divinidad, de esta señora de las señoras. La nieve. Esa dictadora blanca de blandas ropas y duro corazón. Aquella ciudad desapareció en la nada. En los noticiarios decían que todavía en secreto, la gente seguía viva, escondida, a la espera de un rescate que ya no llegaría. Ni la luna bajo la máscara blanquecina de las nubes, ni el sol en todo su esplendor se dignaron a unirse. El pánico cundió. Nadie encendió una vela. Las catástrofes iban sucediéndose de ciudad en ciudad como un castillo de dominó, nadie dijo adiós. Cada uno preocupado en lo suyo huía de lo que sabían ya no había remedio. Las premoniciones de la historia se habían cumplido y uno por uno desaparecerían entre aguas turbulentas, avalancha de nieves, corrimientos de tierras, terremotos, maremotos y tsunamis. El fin del mundo había llegado de verdad, a pesar que hasta el último de los hombres y en el último momento pensaba que se salvaría.

Nadie miró los escaparates antes de la catástrofe, en algunos establecimientos de electrodomésticos las miles de televisiones repetidas ofrecían el mismo rostro de la barbarie. Nadie quiso pensar que su próxima ciudad era la suya. Los ancianos lloraban ante el no futuro de su descendencia. Nadie aporreó las puertas de los demás, la cobardía general impedía que se avisasen unos a otros, también el desamparo, sabían que ya no había remedio, que todo había terminado, lo habían visto en las noticias de los demás lugares.

Un grupo de hombres que de forma solitaria habían escapado se fueron juntando en un punto a lo alto de una montaña que había quedado indemne. Ahora se debatían en cómo empezar todo. No quedaba ni rastro de lo que habían conocido y les faltaban las fuerzas para pensar. Ya está dijo uno. Lo primero será buscar provisiones para comer, sin comida moriremos. El de al lado se decantó por el agua. El otro por buscar un refugio para la noche, el otro por tumbarse a dormir y dejarse morir, no quería saber nada. Amaneció y todavía estaban allí sentados. Se miraron asustados, qué harían con tanta tierra para ellos.

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