Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

sábado, 18 de abril de 2009

Encuentro carnal con el arte


Me bastaba con estar allí, en la calle, al caer la tarde, por barrios desconocidos y oscuros donde la luz sólo apareciese tenue en las lunas de los comercios a punto de cerrar. De puro abatimiento, a esas horas sólo deseaba pasear la noche a la búsqueda de una víctima apetecible.
No, la pintura no está hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo. (Pablo Picasso). Esta frase colgada en la pared bajo una fotocopia cochambrosa del “Guernica” fue lo primero que encontré al entrar en una pequeña pensión regentada por un individuo con el que compartí un extraño descubrimiento.

El secreto de los rostros de Picasso: aristados, superpuestos en facciones de ojos y narices amontonadas, bocas torcidas y expresiones distorsionadas lo descubrí por casualidad esa misma noche en la que después de llorar al amor perdido como siempre, con los ojos todavía hinchados y henchidos en revancha, acabé en esa pensión de mala muerte desamando a un completo desconocido, un tipo que se movió encima de mí, compulsivo y arrítmico, dominador y apremiante.
Mis ojos irritados y su proximidad exagerada consiguieron el hechizo. Entonces lo comprendí, él era uno y todos los amantes a la vez, cualquiera de los personajes de mi propio "Guernica". Los innumerables y persistentes avances y retrocesos cara a cara daban al óvalo de su rostro una figura de aguja en la que se aglutinaban superponiéndose miles de ojos, narices y bocas a la vez.

Arremetía contra mí el monstruo polimorfo balbuciendo no se qué cosas cuando en ese instante de connivencia Picassiana, de repente, Leonardo da Vinci entró en acción y me atrapó. Una mosca perseguida muy de cerca por si misma recorría el cristal del espejo sujeto al techo de la habitación reproduciendo la escena. Ahora se detenía. Frotaba con fruición sus patas delanteras y proseguía camino hacia una reproducción de La Mona Lisa que sonreía descaradamente desde la pared frente a la cama y que también quedaba reflejada en el cristal. La Gioconda mirando de soslayo a la estúpida mosca que ahora cruzaba su boca destruyendo la sorna secreta que la caracterizaba para convertirla en una mueca de asombro, un !oh! pequeño, ridículo, negro y con patas con el que yo me identificaba en ese momento.
Los dos ojos de aquél hombre de mirada hambrienta, ya no guardaban linealidad ni separación, uno de ellos se desdoblaba en el otro, y el otro en el otro, partiendo todos desde su frente en hilera hacia su nariz. Un racimo de uvas-ojo sobre una nariz que a su vez, se desdoblaba hacia una mejilla, la del mismo lado de los ojos enramados, y su boca, esa abertura jadeante y horizontal en un primer momento era ahora una hendidura vertical que abría su rostro en dos como si estuviera roto. La barbilla picuda miraba hacia el otro lado y el pómulo opuesto subía peligrosamente hacia un cráneo ovalado y feliz.

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