Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El cuerpo se le hizo pájaro



Inspiración. Los desvaríos comenzaban a llenarle la cabeza, veía varias escenas a la vez.: la despedida, el primer mail; nadie se despidió. Otra vez volvía hacia atrás. Nadie susurró al oído. La primera soledad la sintió en el frío contacto de la noche en su coche sin copiloto, encendió la radio y conectó el programa, ese que escuchaban juntos. Espiración. Ahora corría por la carretera con el acelerador pegado al pie, las rayas de la calzada se sucedían tan deprisa que creyó estar en un juego de ordenador dirigida por otro. Quizá por él, con su control remoto desde su remoto lugar. Inspiración. Nadie susurró al oído mañana será tarde, o no. Espiración. O no, no podía sentirlo ahora recordando con ella. ¿Dónde estás amor? El cartero no llamó a la puerta 33. Ya no hay carteros, pero si los hubiese no habría llamado a la puerta 33. Vaya edad de mierda. A la puerta 33 llamaron los sollozos y susurros, por la rendija de la puerta se colaba la soledad y un haz de luz para recordarle que él ya no estaba. Nadie llamó a su puerta, los pájaros habían enmudecido en el bosque de la distancia, ni un trino de señal, nada; en el silencio solo la respiración. Inspiración. Ya llegas de nuevo, ¿dónde habías ido amor? Un tren. Ahora veía un tren, las ventanillas herméticas, el arriba, ella debajo en el andén moviendo los labios mudos para él que no escuchaba ya ningún trino. Sus pájaros habían enmudecido, a ninguno se les ocurrió el móvil, saca el móvil, pensó, y se lo enseñó desde el andén, él lo enseñó desde la ventanilla, lo pegó al cristal. Movía la cabeza negativamente. No había cobertura. Espiración. Pasaron cinco minutos, oscuridad. ¿Se había quedado sin recuerdos? Y cinco más, nada. Él debía haber desconectado su mente. ¿Dónde estás? La telepatía no es fácil amor. Inspiración. Esperó a las preguntas, pero no llegaban, las imágenes tampoco, ni los sonidos. Contuvo la respiración, quizá era eso, en la no entrada de aire, en la nada estaría la respuesta. Desalojó las incógnitas, esto funcionaba hace cinco minutos, ya no. Un minuto más sin respirar, una eternidad. Espiró otra vez y necesitó coger aire enseguida. Impulsó los pulmones sin intervención del cuerpo, fue un movimiento reflejo y se vio reflejada en el espejo, turbia, desvaída, perdiendo imagen. No te vayas, te vas, lo siento, lo veo, y si tú te vas, yo ni me imagino. No buscó consuelo. Apoyó la frente en la frescura del cristal para sentirse, lo besó, se besó a sí misma y a él. No llamó a la puerta 33 ni a ninguna otra puerta, ahora andaban todas abiertas batiendo con el aire salvaje que bajaba de las montañas levantando remolinos, y alocándole el pelo que se le pegó a la cara con lágrimas de aceite y nube que iban resbalando sin fuerza como una lluvia de ducha caída del cielo. Del techo se abrió un boquete por el que se sintió aspirada hacia fuera, afinó el oído y ahora la noche le daba vueltas hacia arriba y escuchó el rugido del viento abriendo las compuertas de su corazón vacío. El principio del mundo y el fin, todo la envolvía. Supo que había llegado la despedida de verdad, sin tren ni andenes, sin móviles ni carreteras de franjas blancas galopando en sus pupilas, y se vio caer en el gran precipicio del olvido que sabía crecía en el fondo. Onomatopeyas de estertores de todo lo vivo, todo estaba disminuyendo, haciéndose pequeño y ella crecía más y más como Alicia; lujuriosas torcían sus garfios las raíces de los árboles nonatos encerrados en la tierra hendida, jolgorio de flores que iban abriéndose y creciendo con forme ella caía y caía al foso del olvido. La bacanal de frutos podridos y abiertos soltando sustancias pegajosas la esperaban al fondo pero se revolvió, se revolvió con todas sus fuerzas y se agarró a una de las raíces y trepó y trepó hasta llegar a la superficie. Volvió a encontrar los toneles, el olor a vino, su culo en la silla y sus miembros relajados, quiso respirar pero lo había olvidado. Ni inspiración ni espiración, su cuerpo de cera de vela estaba dispuesto a arder en el fuego. La puerta 33 se abrió y cerró tres veces y en la última se vio a sí misma llamando, llamando tras un cristal soltando palabras mudas que ni el viento podía llevarse. Se había desmayado.

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