Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

martes, 17 de enero de 2012

Sueños interdentales apretados de urgencia



Pasó la noche entera sin dormir. Los pensamientos se repetían, apretujaban, empujaban y se salían para volver a entrar. El cuerpo daba vueltas, las costillas se constreñían apretadas. Colocó su puño en el pecho, sin sentir, apretando hasta el fondo y comenzó a bajar. El puño descendía apretando, aliviando y casi corría por llegar a las entrañas. Otra vuelta sobre la almohada, estiramiento, sentir el cuerpo y, almohadas mojadas del universo. Cuántas almas estarían así, dando vueltas. Camisas de almidón sobre las sillas al lado de la cama, como con cuerpos sostenidos pero sin cuerpo, tiesas en ese vacío del cuerpo alejado solo unos pasos. Sueño al final las estrellas del sueño atrapando el envoltorio, irse más allá a recorrer otros parajes, soltar el alma y dejarse llevar por ese estremecimiento. Un precipicio, cometas, globos aerostáticos con el corazón encendido, marionetas bailando sueltas, colgadas de un techo de siluetas, sombras de la noche acogiendo, dolor de huesos, herramientas del cuerpo guardadas en una caja metálica, amistad que atrapa en un edredón mullido y oliendo a limpio. Darse la vuelta en el frescor de la sábana no tocada todavía. Pastillas de colores colocadas en fila. La azul para la belleza y la verde para funcionar, la amarilla para el teatro, para no sentir. En la actuación no siente lo que ocurre. Usurpar, usurpar cuerpos y estados de otros tiempos. Relaciones inexistentes hechas de te lo digo todo sin decir. Con un traje, con un gesto, con un aspaviento de Señorita de Trevélez. Hasta donde sé repito los trajes sin adivinar todos lo que aguardan en otros armarios. Travesuras de adulto con ganas de niñez, dejadez de los dientes, chirriar, rechinar, boca abierta y azucarada en salivas espesas que derraman manchas de almohada caliente. Llagas en la lengua de apretar, de empujar palabras que no salieron durante el día. Palabras interdentales apretadas de urgencia. Confío en la noche, me dejo llevar. La ventana de enfrente deja una rendija a un haz de luna llena donde antes hice un baño de noche y plenitud. Cerré el libro entreabierto a una historia que no era la mía pero me atrapaba hasta que los párpados me engañaron y me dije, amo tus noches sin sueño y me dormí, y después comprobé que andaba despierto y durmiendo a la vez bajo las figuras de los objetos oscuros de mi habitación. Tus cejas quemadas por el viento de poniente se posaron sobre las mías llenas de hielo. Pequeñas gotas se desprendieron en algún remoto incendio de bosque escondido entre una selva sin descubrir, desbrozando maleza enredada con el machete imaginario de tu cicatriz, esa que ha hecho costra, muro, e impide saltar al vacío. Tu cicatriz se ha expandido, se ha apoderado de mi piel lisa y ha anidado. Los nidos se calientan con las briznas de hierba que colocan las ideas siniestras de noches oscuras, donde la luna, se esconde asustada. Alamedas de laberintos principescos donde siempre hay perdida una princesa. Las princesas de cuento que siempre aparecen perdidas donde menos lo esperas, en un recoveco de realidad, de existencia mundana. Me aventuro a perseguirte por las guirnaldas y las enredaderas hasta poder llegar a un balcón, un balcón en tu cuerpo caliente, dónde se haya ese calor, en el ombligo, en la cavidad de las costillas, en el interior de los ojos. Me aventuro a descubrir ese castillo entre la niebla perdida en la montaña más grande, esa entre nubes y cielo. El sentirte cerca me abrirá todos los fosos, caminaré sobre las aguas como los poseídos. A sentirme cerca me llevará este jinete enloquecido que no necesita de mi vara para cabalgar cada vez más deprisa. Ese tesoro que esconde tu calor no puede quedar perdido. Todo el castillo resplandece ahora. Amaneció y yo en mi cama, cabalgada de tanto dar vueltas en la búsqueda, encontró el calor de mis propios huesos entumecidos por la humedad de todas las almohadas manchadas de salivas densas. La decisión estaba tomada. Me iría contigo aunque el mundo se redujese a un pequeño castillo en la montaña, a un laberinto de guirnaldas y enredaderas, me iría contigo. Las voces del pasado quedarán mudas ante este jinete loco que acaba de asaltar tu ventana, tu balcón de princesa condenada. Enterradas quedarán todas las dudas que aquejaron mi cabalgar nocturno. La luna con su pequeño haz de dedos puntiagudos como niñas muertas que llaman a sus madres desde las tumbas, así me ha acariciado ella, sutil, con sus dedos finos y azules de transparencias venosas, así me llega tu calor aunque estés lejos. Sí, me iré contigo y no volverán las noches de insomnio ni las lunas llenas, ni los envoltorios de sábanas frescas. Acabadas las exequias de mis miedos, corro ya hacia tu lado.

lunes, 16 de enero de 2012

2012. FIN.



Nadie avisó de lo que iba a ocurrir pero todos estaban alertas, un sexto sentido, un fluir diferente en las cosas los hizo estar atentos. Nadie llegó a tiempo, el cambio se había precipitado sobre ellos apenas con un pálpito. Aquella mañana sobre lo previsto nadie salió de la ciudad. En las ventanas de los edificios solo había una pesada niebla que se arrastraba. Era marzo y las nieves heladas andaban derritiéndose y haciendo de las suyas. Todo era blanco y marrón. No quería escuchar más el sonido de aquellas pequeñas cascadas que el agua formaba en las rejillas del suelo, esos desagües comunes por los que se escapaba la música de la ciudad. Los ronroneos de motores de coches y camiones, las sirenas de bomberos y ambulancias, el tic-tac de los semáforos para ciegos y las palabras de la gente que se iban en un vaho constante. Aquella mañana parecía que todos los vahos del universo se habían unificado para tapar las ventanas a lo que se aproximaba. Nadie salió de sus casas. Sin árboles ni nada a la vista, encerrados entre opacidades de cristal hueco escucharon sin ver. Enroscados en sus camas esperaron lo peor, pero nada llegaba. Torcidos eran los sentidos, sabían que no saldrían de allí, pero tampoco pasaba nada. Un gran estruendo, una explosión gigante y silencio, el ruido del silencio que lo acaparaba todo. Ni los niños lloraban bajo el peso del miedo, ni los perros ladraban ante el desconcierto, ni los pájaros bajo el peso de la atmósfera soltaron un solo trino. Aturdidos movían las plumas muy deprisa pero comprobaron que la nieve, desmembrados tenía a cuantos seres vivos habían quedado debajo. Los árboles enterrados apenas asomaban ni una hoja, ni una pequeña rama. El alud. Si se atrevieran el sol y la luna a juntarse de repente quizá se derretiría todo. Deprisa, deprisa, corred. A tocar esa tecla que solo vosotros podéis tocar. El órgano de la iglesia del barrio sonó. La única melodía estridente y loca que sonaba cerca, el jorobado de Notre Dame o cualquier fantasma del pasado se había puesto a tocar enfebrecido la melodía que detiene el aire y congela la maquinaria de esta divinidad, de esta señora de las señoras. La nieve. Esa dictadora blanca de blandas ropas y duro corazón. Aquella ciudad desapareció en la nada. En los noticiarios decían que todavía en secreto, la gente seguía viva, escondida, a la espera de un rescate que ya no llegaría. Ni la luna bajo la máscara blanquecina de las nubes, ni el sol en todo su esplendor se dignaron a unirse. El pánico cundió. Nadie encendió una vela. Las catástrofes iban sucediéndose de ciudad en ciudad como un castillo de dominó, nadie dijo adiós. Cada uno preocupado en lo suyo huía de lo que sabían ya no había remedio. Las premoniciones de la historia se habían cumplido y uno por uno desaparecerían entre aguas turbulentas, avalancha de nieves, corrimientos de tierras, terremotos, maremotos y tsunamis. El fin del mundo había llegado de verdad, a pesar que hasta el último de los hombres y en el último momento pensaba que se salvaría.

Nadie miró los escaparates antes de la catástrofe, en algunos establecimientos de electrodomésticos las miles de televisiones repetidas ofrecían el mismo rostro de la barbarie. Nadie quiso pensar que su próxima ciudad era la suya. Los ancianos lloraban ante el no futuro de su descendencia. Nadie aporreó las puertas de los demás, la cobardía general impedía que se avisasen unos a otros, también el desamparo, sabían que ya no había remedio, que todo había terminado, lo habían visto en las noticias de los demás lugares.

Un grupo de hombres que de forma solitaria habían escapado se fueron juntando en un punto a lo alto de una montaña que había quedado indemne. Ahora se debatían en cómo empezar todo. No quedaba ni rastro de lo que habían conocido y les faltaban las fuerzas para pensar. Ya está dijo uno. Lo primero será buscar provisiones para comer, sin comida moriremos. El de al lado se decantó por el agua. El otro por buscar un refugio para la noche, el otro por tumbarse a dormir y dejarse morir, no quería saber nada. Amaneció y todavía estaban allí sentados. Se miraron asustados, qué harían con tanta tierra para ellos.

viernes, 6 de enero de 2012

Pequeñas y grandes mujeres o viceversa

1898. Nadie se perdió. Todos supieron que fui yo. Ese es mi número de empleada. 1898. Ese año se inventó el cine y fue la guerra de Cuba, y mi bisabuelo conoció a mi bisabuela y ahora yo tengo ese número que me identifica. Todos saben que fui yo. Por los laberintos de la red hice correr un rumor, no pensé que me descubrirían porque no pensé nada. La máquina, yo, y de su subconsciente Freud hacía de las suyas y mandaba olas de odio hacia los que lo dominaban todo. Ya no sonaba Schubert, no estábamos con los nazis, ni yo era la muerte, ni la doncella. Hitler había nacido aquél año, sí, tan sólo era un bebé gordo y chillón pendiente de la teta de su madre. No le había nacido el bigote ni las malas entrañas todavía. Era un niño que más tarde querría ser pintor, como muchos, lo que no sabía el mundo ni él, es que pintaría con sangre de muchos, muchos años después. Los presagios en mi mensaje, en mi mal bulo indentificaban a los de arriba con ese niño pintor que tantos psicólogos estudiarían después. Cómo se me pudo ocurrir aquello y cómo no pensé que me pillarían por esa fatídica fecha y ese fatídico número idéntico. Un filósofo dijo sobre esas fechas que la verdad había muerto sepultada en las muertes venideras. Agasajó las torturas como su Dios, según él, sobraba mucha gente. Los de arriba son así, les sobre mucha gente. Las mujeres a sus lados parecían tomar cuerpo pero no eran más que meras marionetas bailando a su alrededor. Esas mujeres que nada tenían que ver conmigo y los que nos rodeaban ahora. Sin voz ni voto. Sin nada más que el poder a través de sus horribles maridos. Por eso lo hice, quise bajarlas de su pedestal, que se diesen cuenta que sus vidas eran como esas imágenes trucadas de Fotoshop proyectadas sobre una pantalla intercambiable. Imágenes proyectadas sobre edificios y museos como si fuese arte, un arte que ellas no entendían pero aplaudían en público como un bello reflejo de su disimulada incultura. Para ellas creé yo estas imágenes que ahora me costarán un expediente, una suspensión de empleo y sueldo. Bueno, y qué, ya no tiene remedio; asumiré la culpa y lloraré en la cola del paro pero ellas no olvidarán jamás aquello que vieron en sus casas, en los televisores, en los telediarios de la noche cuando a punto de cenar, al cerrar los ojos y pensar que podrían haber hecho otras… Sin cuerpo, a esas horas iban a dormir después sin cuerpo, sin sangre, transparentes por fuera y negras y carcomidas por dentro y se preguntarían una vez más si valió la pena. A mí, verdaderamente me la valió.