Neradas

Compartir neros. Istmos de complicidad entre amigos que definen situaciones o personas según el momento.
Todo vale para esta palabra que no está en el diccionario.

J.E.

jueves, 18 de septiembre de 2008

El niño "camello"


La vendedora de cuentos pasa por allí y le dice al atracador, el niño camello, que suelte al dibujante, recoge los dibujos del suelo y se reconoce en ellos. Cuándo va a pedirle cuentas al dibujante, se gira y no hay nadie. Introduce los dibujos en el buzón toma una fotografía y se marcha.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Otros escenarios


El poeta se ha establecido en el solar donde vive el hombre del sombrero, y como ha llegado el otoño, han colocado junto a la pared trasera de la fachada de un edificio antiguo ahora derruido, un falso muro a base de cartones y palets que han recogido en el mercadillo. Desde fuera es un decorado de lo más teatral. Todo el que pasa vuelve la vista y los mira con curiosidad, o se para y los observa con expectación. Desde dentro, ellos ven a los de fuera parar o mirar sobre un decorado de realidad; gente con cosas que hacer que van de aquí para allá y reversos de otras fincas con más suerte que la suya y que todavía están en pie con todos sus inquilinos dentro, -incluidos los del “osta Olaf” del número cinco cuyo cartel de reclamo torcido por un trozo de celo que perdió goma, parece haber perdido también la “hache” y la “ele” en el desprendimiento-. El primer día que el poeta vio el rótulo, consultó un diccionario pensando que había descubierto una palabra nueva. Y así fue. Osta: “Conjunto de cabos o aparejos con que se sujetan y manejan los cangrejos”. Pero observó que dicha definición no se correspondía con el trasiego de gente negra, ropa de colores y hatillos enormes que entraba y salía de aquél lugar, ¿o sí?..., en fin, cosas de barrio multirracial. El caso es que todas las mañanas, desde su tumbona de tela palestina atada entre dos árboles, hamaquea jugando a adivinar la vida de esos personajes que suben y bajan de su “osta” con andares de cangrejo por si las moscas . El poeta cree haber encontrado aquí su lugar. El viento ya no lo atrapa, y cada noche junto a su compañero, enciende una hoguera que lo remonta a su juventud, y a esa libertad interna que había dejado de sentir hacía ya tanto tiempo…
El poeta y el hombre del sombrero, organizan hoy una fiesta de inauguración de su nuevo espacio-casa en el solar de las “futuras unifamilares” y así lo han hecho constar en unas papeletas que han confeccionado a modo de invitación. Un estudiante de diseño, amiguete suyo, las ha transformado en brillantes y coloridos flyers que ellos han repartido orgullosos a su gente. Antes de que las grúas vengan a deconstruir para construir de nuevo, piensan hacer más fiestas, pero ésta es la primera y han decidido currárselo bien. En esa única pared de la que disponen, con cinco surcos de altura, sombra en zig-zag de escaleras inexistentes, restos de tuberías de cocina, y azulejos de baños pretéritos, ellos ocupan la planta baja y eso les da mucho juego. En la planta baja, el empapelado está menos estropeado y muestra motivos florales: ramilletes octogonales, cilíndricos, poliédricos y fusiformes que dan aire familiar. Junto a la pared, objetos y utensilios encontrados al azar, ahora conforman el espacio donde viven. Espacio de tres dimensiones donde los dos hombres, la pared, y esos objetos encontrados adheridos a ésta forman una maqueta perfecta de piso piloto al aire libre simulando un comedor cualquiera de ese edificio o de los que todavía están en pie.
Los palets apilados como alero para protegerse del frío y el viento, colocados en vertical, hacen a su vez de librería. Allí han colocado revistas regaladas de distintos establecimientos, periódicos gratuitos y libros que han ido recopilando de distintos contenedores de basura en otros barrios y vertederos cercanos. Ya cuentan con dos ejemplares del Quijote, una Celestina, un Don Juan, La Ilíada, La Odisea, y un retrato de Dorian Gray. Todas las noches encienden su hoguera en la que cocinan restos caducados de supermercado y fruta abandonada a su suerte tras la recogida del mercado, pero hoy se han esmerado y están preparando cabezas de cordero a la brasa y un cocido, que si sobra, mañana freirán. Se han hecho especialistas en fruta asada y “Ropa Vieja” como algunos llaman a los restos de cocido frito. Sus amigos lo saben y algunos peregrinos de la noche también –siempre hay un plato para el que pasa por allí y quiere probar-. No hay una hora concreta, pero conforme los invitados van llegando dejan regalos improvisados junto al poema que el poeta ha escrito en el suelo a modo de bienvenida: “Nos identifica, nos define por unanimidad a unos cuantos. Apetito destructor de rutinas. Sueños rotos reemplazados por rompesuelas de mote misterioso y nombre de pensión o cafetín. El mundo es la casa de los que no la tienen, lo dicen Las Mil y Una Noches. Sea pues. Humo vagabundo y hospitalario para el que quiera viajar sin moverse del sitio. Para todos los que dudan... Entrad en nuestro laberinto, y comed. Plato del día: Cabezas de Carnero Pensativo y cocido que mañana será ropa vieja”.

martes, 16 de septiembre de 2008

Casualidades




















El dibujante paseaba por las afueras de la ciudad con tres posits pintados ocultos en el bolsillo de su chaqueta. Iba en busca de unos personajes que, de la realidad al trazo y del trazo a la realidad, habían cobrado vida propia, y ahora lo acosaban en su mente. Tenía que darles otra salida, engrandecerlos, colocarlos en la pared de una medianera por la que pasaría cada día, y así dar por terminada esa obra y dedicarse a otra cosa, pero antes debía encontrarlos y pedirles permiso. La última vez que vio a la chica de la barra del “Futuro”, fue por allí, en una terraza de un café en el que coincidieron. Ella escribía en un bloc de dibujo como en un diario, y decía en él que el hombre del sombrero, -el otro personaje de la historia que lo obsesionaba-, también deambulaba por esos barrios. Y ahora, al descubrir a este último en la portada de un periódico, había decidido buscarlos y presentarse a ellos; hablarles de las casualidades y las elecciones, de esos hilos que nos mueven sin darnos cuenta desde no sé dónde; decirles que los había dibujado primero por separado y después juntos sin que ellos lo hubiesen visto, y que sus figuras alargadas y meditabundas lo perseguían sin cesar. Que sabía que había llegado el momento en que tenía que hacer algo porque eran demasiadas casualidades. Que era una idea ridícula, desconcertante, pero que lo había tenido en estado de vigilia noche tras noche y sueño tras sueño, traspuesto hasta haberse animado a ello. Que desde esa tarde en que ella, la chica que nunca parecía esperar a nadie, y el otro cliente fijo del “Futuro”: el hombre del sombrero, -asiduos a horas distintas-, coincidieron en la barra del bar y los dibujó juntos no había podido dejar de pensar en ellos. Que el aspecto de ambos, cada uno en una esquina, absortos en sus pensamientos, como una fotocopia el uno del otro, se había materializado en los mejores retratos de su vida.
Cabizbajo y con las manos en el bolsillo rozando sus dibujos, recibió un empujón contra la pared. Un individuo intentó quitarle todo lo que llevaba encima y lo devolvió de golpe a esa otra realidad, la del día a día de la que él huía constantemente. Con un movimiento rápido y desesperado, estrujó los dibujos -su único tesoro- contra uno de los buzones abandonados con los que se dio de bruces en la embestida del atracador. Lo que él no sabía todavía es que las casualidades acababan de empezar en ese momento...

lunes, 15 de septiembre de 2008

Agujas de espárrago gratinado sobre lecho de puerros confitados

Hace tiempo que la vendedora de cuentos no frecuenta el bar Futuro. Ya no necesita evadirse como antes. Desde que se estableció como ambulante y se dedica a escribir y merodear por ahí no ha vuelto a aquel bar del que ahora tiene enfrente al camarero. Los dos se han reconocido pero ninguno dice nada. El camarero estudia para cocinero y le hace una propuesta. Ha descubierto algo que realmente lo emociona de verdad. Se ha iniciado en la nueva corriente de cocina como Arte. Una performance culinaria donde tan importante es el plato cocinado como la representación teatral para servirlo, el lugar, y su nombre en la carta. Las últimas tendencias apuntan a saborear con los ojos vendados o en un local a oscuras. En fin, que al ver a la cuentista, al camarero se le ha ocurrido que esta última función podría trabajarla con ella y le ha propuesto un mininegocio. Ella pondría los títulos y montaría los escenarios para esas pequeñas obras de arte que el confeccionaría. Para los dos sería algo nuevo. Platos alegóricos. Meditaciones estéticas en una ensalada o un postre. Arte comestible. Será una operación conceptual a la Duchamp, le dijo repitiendo el eslogan de su curso. "Si me acerco al placer, ya no lo veo, me lo como".
Atardecía y todos los puestos del mercado se habían recogido ya. La venderora de cuentos se aleja con esa propuesta rondándole la cabeza, de ahí su caminar lento y caviloso. Formas literarias para platos de diseño en un "Restaurante Conceptual". Le parecía algo tan absurdo y divertido a la vez, que no sabía qué hacer. Se le ocurrían todo tipo de ideas mirando el paisaje a su alrededor, desde el tópico y sugerente "Agujas de espárrago gratinadas sobre lecho de puerros confitados" hasta "Cumbres borrascosas sobre calabaza de Cenicienta, futura carroza".
Con trazo de compás las grúas circuleaban las antiguas fábricas abandonadas del extrarradio donde ella vendía sus cuentos por un lado, y los carteles publicitarios amenazaban unifamiliar el barrio por otro. Después un restaurante sibarita de alta cocina ocuparía algún lugar, y ella estaría creando un festín de palabras surrealistas a todo aquel contexto. La proposición con la que el camarero-cocinero acababa de abducirla le confirmaba lo peor. Si ese era el tipo de local que se idealizaba para el complejo residencial en que se convertiría su último paraíso encontrado, acabaría marchándose. Pero antes de irse podría probar a componer unos cuantos menús, ¿no? Bueno, si los hurones habían empezado a merodear por allí, no tardarían mucho en apropiarse de todo. Así que debía empezar a inspeccionar cuanto antes otros arrabales y dejarse de tonterías... No, no estaba dispuesta a volver a entrar por la misma puerta por la que, felizmente, hacía tiempo ya había salido.